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Basta contar cabezas para notar que la campaña electoral por la presidencia en 2026 va a estar llena de mujeres, cosa que a primera y a segunda vista, es una buena noticia, por el solo hecho de que en Colombia sea posible que estén ahí.
Al margen de programas de gobierno (para los que todavía es muy pronto) y de orillas políticas (que no vienen a cuento) vale la pena preguntarse por el tipo de liderazgo que ejercen y pensar si cabe una perspectiva de género en el análisis, como para establecer si el liderazgo femenino tiene sus propias cualidades versus el masculino y si, en este caso, las diferencias generan valor por sí solas.
En los primeros carteles, como el de la polémica encuesta de Guarumo pagada por Semana, aparecen Claudia López, Vicky Dávila y María Fernanda Cabal, en posiciones privilegiadas; María José Pizarro, Paloma Valencia, y otras más son figuras que resuenan más bajito. Las conocemos, a unas más que a otras, pero todas se pueden leer por Twitter y algunas protagonizan con cierta frecuencia las noticias.
A Claudia la sabemos temperamental, combativa y rápida de palabras. Reacciones aceleradas la obligaron a retractarse o matizar en algunas ocasiones, como cuando señaló la influencia de la migración venezolana como factor de inseguridad en Bogotá. Durante la pandemia se conoció un audio en el que daba gritos a subordinados suyos. Que qué hacían ahí parados y que se movieran a tomar datos. En los últimos días se ocupa de señalar el “silencio cómplice de Petro” ante Maduro.
Vicky, por su lado, ataca con ferocidad para defenderse: a Claudia López la llama “petrista fracasada”. A quienes han cuestionado que ejerza el periodismo desde la dirección de Semana mientras habla como candidata, trina como candidata y se comporta como candidata, les ha dicho “elitistas tibios e hipócritas”. Los periodistas que la increpan también han sido su blanco: a María Jimena Duzán la tilda de “coctelera y defensora impúdica de Petro”; a Cecilia Orozco, de “mujer triste con alma retorcida”, y así.
María Fernanda Cabal pronuncia con frecuencia la palabra “mamertos” y su lucha es contra el “eje del mal”, donde caben el progresismo, el socialismo, el comunismo y todo lo que huela parecido. No tiene miedo de defender aquello en lo que cree, así abra heridas y escandalice, como con su postura a favor de la tenencia legal de armas.
Paloma Valencia también es una mujer temperamental y fuerte. Su discurso hoy se enfoca en la oposición al gobierno de Petro y en señalar el fracaso de la Paz total y el deterioro de la seguridad en el país. No se ve aún pavimentando una plataforma hacia la presidencia, su trabajo se concentra en el debate legislativo y son frecuentes intervenciones orientadas a sembrar la idea de que Colombia puede convertirse en una segunda Venezuela.
María José Pizarro, del Pacto Histórico aparece en sondeos como figura posible de la izquierda pero nada de lo que dice hasta ahora sugiere que se esté preparando para una carrera presidencial. Más bien, se refuerza como símbolo en sus puestas en escena, al ser la hija del asesinado Carlos Pizarro, candidato presidencial del M-19.
¿Liderazgo femenino?
Los estudios señalan que las personas asocian a hombres y a mujeres con distintos rasgos de comportamiento. Mientras a las mujeres se les atribuyen cualidades como el trato compasivo y afectuoso hacia los demás, el ser amables, serviciales y sensibles, los hombres se relacionan con el control y la aserción. Esto implica que se les vea como agresivos, dominantes, seguros de sí mismos y enérgicos, así como autosuficientes e individualistas*.
El asunto es que el liderazgo eficaz se asocia con buena parte de los atributos masculinos. Entonces, si volvemos a Claudia, a Vicky, a Cabal y a Paloma, los tienen todos. Y es la rabia la emoción que predomina: afirmaciones rabiosas para causar indignación y/o miedo, o para fabricar enemigos.
Si a estas mujeres les ha tocado aparentar para abrirse paso en la visibilidad política o si, solo las mujeres con esto rasgos de personalidad tienen la posibilidad de llegar a posiciones de relevancia, como en el mundo de la selección natural de Darwin, nos habla más de la necesidad de construir otro modelo de liderazgo, que de una perspectiva de género en el análisis político.
Hombres como Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria, también presentes en los sondeos de opinión sobre la presidencia de 2026 han tenido que empezar a elevar el tono para adaptarse al ecosistema rabioso del país. Ellos, más Fajardo que Gaviria, han sido condenados al ostracismo, donde habitan los tibios. Es decir, sujetos que se niegan al insulto y a ver el mundo según la dicotomía amigo-enemigo.
Un líder es aquel que tiene la capacidad de indicar un camino, esto le exige visión y capacidad para decidir. También, aquel que consigue que lo sigan. Estas dos primeras cosas parecen estar aseguradas entre las mujeres y los hombres que se perfilan. Unos han conseguido votos en las urnas, otros fans en las redes sociales y cada quien irá trazando una ruta programática según su orilla ideológica.
Pero un líder es también aquel que recorre el camino que señala. Lo cual le exige dar ejemplo o ser ejemplar. Y aquí es donde se ve el bache. Tal vez la transformación en la visión común del liderazgo deba empezar por exaltar atributos asociados con la pedagogía, la ética y la coherencia; por valorar más voces de esperanza y alegría que de rabia y miedo.
Tal vez ahí esté la clave del éxito de María Corina y de Kamala. Y ojalá en Colombia aparezcan liderazgos así, de mujeres y de hombres en igual o parecida proporción. Todavía no se ven.
*Women and the Labyrinth of Leadership, por Alice Eagly y Linda L. Carli.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-montoya/