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“Una riza gozosa que me recuerda que siempre estamos solos. Nunca abandonados”.
Leila Guerriero
“Profe, ¿y cómo es su dinámica?”. Estaban muy preocupados. No expresaron angustia por la salud del profesor que debía abandonar las clases; tampoco por mantener el proceso. Los pocos que hablaron me recibieron con dudas sobre mi metodología… “¿lo que quedaba del semestre, iba a ser entretenido? En dos meses se habían “acostumbrado” a actividades muy divertidas, diferentes.
A mi entender, los procesos educativos sí pueden ser alegres. El buen humor no riñe con las reflexiones profundas; las metodologías deben animar y en estas recae buena parte de la responsabilidad del profesor. Sin embargo, pretender que la educación, y la vida, sean solamente divertidas y dinámicas es de un nivel de ingenuidad superlativo.
La rutina nos salva. Ponerle método a la existencia nos ayuda a vivir con raíz. En los pequeños rituales cotidianos se expresa la belleza porque, así como nos enseña la naturaleza, en la repetición de lo pequeño está el sentido. Hay allí diarios aprendizajes de humildad.
Esperar que en la vida se nos presente el gran acontecimiento hace que perdamos, precisamente, la vida. No hay vivencia ni experiencia. Pretendemos trasladar la ilusoria línea del desarrollo a nuestro acontecer y nos convencemos de que luego las cosas serán mejores y más divertidas.
Pues no. La vida, maravillosa, nos enseña que aquella línea no es continua ni ascendente. Tal vez, una representación más bella y consistente sea la del electrocardiograma, que registra los movimientos del corazón marcando cada latido y dejando una seguidilla de ángulos, para arriba y para abajo, continuos y repetidos.
Es en lo ordinario, en aquello común y corriente, donde habitamos. Tenerle miedo a la rutina es temerle a la vida. Sería interesante, más bien, acoger la rutina como método que nos salva del sinsentido. Darnos cuenta, pronto, de que en lo habitual hay dicha.
Después de que los estudiantes salieron del salón, ya sola, pensé que en su preocupación por hacer de la clase algo divertido, había de fondo, cierta búsqueda de complicidad entre ellos, reírse juntos de lo mínimo teje lazos profundos. Y allí, de nuevo, lo ordinario.