Escuchar artículo
|
La muerte volvió a unirnos, pero, esta vez, la tristeza estuvo amalgamada con una delicada capa de serenidad. Nos abrazamos y dimos gracias por la vida y también por la muerte.
Es muy difícil relacionar muerte y serenidad, más en Colombia. Hace apenas unos días, la Comisión de la Verdad nos entregó el informe final en el que se relatan los hechos más atroces del conflicto armado interno en Colombia y con éste, la evidencia de que la violencia ejercida por todos (por acción y por omisión) hizo de la muerte un paisaje conocido que, de manera aterradora, poco a poco dejó de conmover. Como si la cantidad de muertos, en vez de sacudirnos, nos dopara.
Esta vez, para nosotros, la muerte y la serenidad sí llegaron juntas. Con los ritos de despedida hubo sonrisas afectuosas y miradas que confirmaban la certeza de que, en este caso, la vida se había manifestado paciente en medio de la enfermedad. Los abrazos y las conversaciones todavía nos ayudan a superar el duelo. Nos levanta del dolor la creencia de que allí, reunidos, además de cuerpos, hacía presencia la energía amorosa de cada uno de los presentes y de los ausentes.
El ritual de despedida es indispensable, precisamente, para dotarnos de cierto sentido de continuidad. Los que quedamos en la tierra necesitamos esa bisagra para seguir aquí, en medio de la incertidumbre. Parece que, en el rito, los símbolos y la compañía renuevan el afecto fraternal de sentirnos parte de algo complejo y completo, más allá de nosotros mismos. Nos sacude del estado adormecido y egoísta en el que muchas veces entramos y dispone nuestra existencia en relación con los otros, en ese vínculo en el que nosotros somos ellos y ellos somos nosotros.
En Colombia, como cuenta el Informe, la mayoría de familias no pudieron hacer sus rituales de cierre ni despedir a sus muertos con serenidad. Aquí, el dolor se extendió tanto sin ninguna explicación que, en más de una vez, fue fuente de otros duelos inconclusos. La belleza del Informe es precisamente que acude al símbolo, a la verdad, a la palabra, a la reunión, al sentido para ayudarnos a comprender qué pasó y por qué somos parte de este todo.
El rito cierra y abre. Concluye y posibilita. No es magia es, precisamente, vida.