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María Antonia Rincón

No apta para señoritas: de eso sí se habla

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"Es con la conversación como trascendemos la política y comprendemos que más que un trámite electoral es una dimensión que permea todas nuestras posibilidades de decisión, tanto en lo público como en lo privado."

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Nos enseñaron que hay temas vetados, que en la mesa no se habla de política, de religión ni de sexo. Entonces, ¿de qué conversamos? Tenemos una dificultad estructural para hacer de la conversación una obra de arte. Por un lado, los tópicos prohibidos y, por el otro, serias incapacidades para expresarnos y para escuchar. Nos cuesta mucho el diálogo, el ir y venir de palabras organizadas, también vestidas de sensibilidad, ese baile en el que un paso da pie al otro y así, consecutivamente.

No sabemos qué hacer, además, porque nos enseñaron que se conversa para tener la razón, y eso sí lo aprendimos muy bien. Le tememos a la discusión, al cambio de ángulo; nos sentimos perdedores si el interlocutor “se lleva el punto”. Estamos tan llenos de nosotros mismos que tenemos en la lengua más respuestas que preguntas. Cuando inicia el simulacro de conversación nos instalamos para contar nuestras historias, lo que me pasó cuando fui a tal parte, la anécdota de esas cosas que solo me pasan a mí, claro, la auto referenciación. Pero eso no es conversar.

Conversar, más allá de la definición del diccionario, es un espacio para re-crearnos. Es, con la lectura, bellas maneras para comprender quiénes somos y cómo nos relacionamos con el mundo. “Conversando se entiende la gente”, dicen. Pero conversando de verdad. Es decir, superando el monólogo, permitiendo que las palabras del otro nos cuestionen, lleguen a nosotros y nos abran ventanas de dudas. Es permitirnos cambiar de perspectiva con humildad, sabiendo que no sabemos todo de todo, conscientes de que la vida es compleja y llena de matices.

Además de la humildad y la disposición de intercambio, la conversación se completa con el humor, estrategia discursiva que nos acerca, que nos permite bajar la guardia para no sentir en cada palabra contraria una ofensa, sino, de nuevo, una posibilidad.

Y sí, sí se habla de eso. Es más, no solo se habla; se conversa. Es con la conversación como trascendemos la política y comprendemos que más que un trámite electoral es una dimensión que permea todas nuestras posibilidades de decisión, tanto en lo público como en lo privado. Conversando aprendemos que la religión no es una organización; que no hay una única forma de creer y de relacionarnos con lo trascendental. Con la conversación abrimos la puerta para ver que el sexo supera la tarea de reproducción y se ubica como una profunda y placentera variable de nuestra condición humana.

Conversar también duele. Hay conversaciones que no queremos enfrentar y, cada vez, encontramos más disculpas para no asumirlas. La virtualidad nos está dando un acceso muy fácil para eliminar, bloquear y archivar no solo el tema, sino a la persona con la que ese tema está pendiente. Pero, si nos reconocemos adultos y capaces, podremos recurrir a la palabra y a la consideración para expresar nuestros pesares y si es del caso, despedirnos sin dejar al otro en el limbo.

Conversar es entrar en disposición de entregar y recibir. Es un ejercicio difícil, no seremos ingenuos con esta invitación. Es, de alguna manera, desprendernos también de una parte nuestra para exponernos y entrar en un escenario de cuestionamientos y posibles cambios. Somos en relación con los otros, “no hay, pues, Yo sin Tú”, resume Cruz Kronfly. Conversemos, seamos.

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