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María Antonia Rincón

No apta para señoritas: afecto sin razones

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"Sus temores me quiebran. Maní padece algo parecido a ataques de pánico, no se halla, busca escondite y tiembla por horas. En ese tiempo Coco se acuesta a su lado y lo acompaña, silencioso. Solo con su presencia lo reconforta. Sin más."

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A continuación, no leerá de razón ni lógica. No sé nada de teoría sobre animales. Mi experiencia está atravesada por las emociones; siento por ellos un afecto incoherente y exagerado. Convivo con gatos y perros desde la adolescencia y la cotidianidad de mi adultez está decididamente marcada por sus rutinas. Soy la dueña del mundo cuando despierto y veo la mirada de Maní, quien, aún adormecido, parece dotarme de fuerza para empezar el día. Sus ojos, tiernos y expresivos, me dan sosiego. Coco parece un maestro espiritual: paciente y sabio. Bambú sonríe, abraza, espera; no exige. Me siento exitosa, en el sentido más amplio de la palabra, cuando Carmen, la gata esquiva, se me acerca con sigilo y se acurruca a mi lado. En ese instante, su ronroneo parece premiarme por algo que habré hecho bien en algún momento de estas cuatro décadas. Olivia me enseña qué son la discreción y la elegancia. Con Marquitos aprendí la posibilidad de expresar ternura sin sentirme vulnerables. Carmelo es guía cuando se trata de elegir y cuidar a los amados. Les adjudico, de manera muy consciente, características humanas y ellos me enseñan a vivir.

Saludo a los desconocidos que con la tradilla van guiando a sus humanos camino al parque. Les pregunto cómo están, que por qué tan perdidos, que por qué están tan elegantes estrenando pañoleta. Después subo la mirada y, casi siempre, encuentro unos ojos humanos que sonríen y también saludan. Sin perro de por medio no soy capaz ni de mirar a los bípedos que caminan por el barrio.

Sus temores me quiebran. Maní padece algo parecido a ataques de pánico, no se halla, busca escondite y tiembla por horas. En ese tiempo Coco se acuesta a su lado y lo acompaña, silencioso. Solo con su presencia lo reconforta. Sin más.

Relacionarse con animales es comprender que el amor se manifiesta de maneras diversas y que, tal vez, su presencia nos apacigua porque no recibimos de ellos juicios sobre nuestras acciones u omisiones. Tal vez, sí, es facilista y egoísta. Sí, es menos complejo que comprometerse con el cuidado de un ser humano. Pero, insisto, en mi caso esto no cabe en el ámbito de la razón. Vivir con ellos parece ser un escape, algún tipo de ebriedad que me saca del mundo y me ubica en una experiencia de afecto superlativo.

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