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Navegar haciendo agua

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En este espiral de titulares que es Colombia, donde siempre hay más escándalo que indignación, más clamor que sindéresis, estamos —de nuevo— al borde del abismo. Aquí pasa de todo y no pasa nada. Gobierno tras gobierno, escándalo tras escándalo. Hagan ustedes la cuenta y, si se les antoja, el escalafón.

La impunidad alrededor de la entrega de Pablo Escobar y la nunca aclarada relación de las fuerzas del estado con los Pepes durante el gobierno de César Gaviria. La plata del cartel de Cali que llevaron al proceso 8.000 durante la campaña y el gobierno de Ernesto Samper y aquel miti-miti que envolvió a sus ministros. El dinero perdido (o embolsillado por particulares) en Chambacú y Dragacol durante el cuatrienio de Andrés Pastrana (perdonémosle el Caguán, donde falló de buena fe). Las ejecuciones extradudiciales, las chuzadas a los contradictores políticos, la parapolítica y la compra de la reelección durante el gobierno de Álvaro Uribe. Juan Manuel Santos y Odebrecht. Iván Duque tuvo —o tiene— la sombra del Ñoño Elías y los abusos de la policía durante el llamado estallido social. Y ahora Gustavo Petro, a quien le reventaron pronto todos los problemas.

Miguel Uribe Turbay salió ligero en la mañana del lunes a repetir aquí y allá que estamos ante el escándalo político más grande de la historia del país. No conozco la vara con la que mide el senador del Centro Democrático, pero sin duda le diría que vaya y revise, porque en ese pequeñísimo listado creo que hay con qué disputarle el lugar a esta lucha de egos y vanidades que terminó convertida en una tormenta perfecta que amenaza, sino con hacer naufragar, por lo menos sí con inundar el barco del gobierno actual.

El gobierno de Gustavo Petro hace agua desde hace tiempo. La luna de miel con los medios fue inexistente, la coalición política se desarmó y al respaldo popular que le dio los votos suficientes para ganar ya se le acabó el impulso.

El vociferante Armando Benedetti, reconocido malabarista político, parece haber dado un salto sin red, y en la caída arrastró parte de la credibilidad de un gobierno necesitado de logros incuestionables que no encuentra en ninguna parte. Las pequeñas victorias, que las ha habido, no alcanzan para combatir la bulla y el bochinche.

El autoproclamado gobierno del cambio tenía difícil lograr su cometido, eso estaba claro desde antes del triunfo en las urnas. Es complicado cambiar la forma y el fondo de un país en donde el poder ha estado siempre en manos de unos pocos y el péndulo político no funcionaba como en otras democracias.

Sin embargo, el regusto a improvisación del propio Petro y su gabinete, la innecesaria cantidad de trinos del presidente y su equivocado rol como editor de titulares de la prensa han funcionado como autogoles en un partido que parece ir perdiendo por goleada. Lo de Sarabia y Benedetti lo enturbian todo, además.

Colombia sigue necesitando un cambio en la forma y el fondo para lograr el bienestar de sus mayorías, de eso sigo absolutamente convencido.  Este gobierno, que siempre ha navegado aguas arriba, pasará los tres años que le quedan ocupado en achicar para mantenerse a flote, de manera que esos cambios seguirán en suspenso. Aunque cómo me gustaría estar equivocado.

Petro, que soñó ser un presidente cuyas ejecutorias marcaran la historia del país, a duras penas logrará, como la mayoría de sus antecesores, un espacio para recordarlo en Wikipedia.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/mario-duque/

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