Morir para no matar

“Nuestras lágrimas responden al ensordecedor silencio de Dios”.

El perfume de las flores de noche. Leila Slimani.

Hay historias —y formas de contarlas— que se clavan como una flecha en ese centro del cuerpo donde creemos sentir el alma. Eso hizo conmigo la película Una vida oculta (Disney+), el drama biográfico de un joven campesino austríaco que se niega a convertirse en nazi. A su director, Terrence Malick, gracias por esa barbaridad. Gracias por la furia de los silencios y las lentas cartas de amor y las conversaciones con Dios sobre el sentido de la vida, entre montañas de una belleza hiriente que envuelven a un hombre que, siendo feliz, decide enfrentar el horror y la muerte para no matar. El pueblo entero accede a lo que se le pide menos él, que se convierte en objetor de conciencia. Quien crea que la bondad es del débil, que lo piense dos veces. La bondad es la roca más poderosa del universo.

Empieza entonces ese baile oscuro que se le mete a uno dentro: los paisajes descomunales que eran hogar se rompen junto con esa familia, su silencio se llena de cartas en las que dos jóvenes enamorados se preguntan sobre la imposibilidad de traicionar lo que creen que está bien y sumarse a la maldad, preguntándole a Dios para qué están allí, en esa soledad radical en la que la bondad es la rareza y se castiga de forma brutal. Es la soledad de un hombre bueno. La de su esposa que no sabe si comprende, pero cree profundamente en la sabiduría de su amor así le cueste todo. Es la fortaleza interna que encuentran para no desintegrarse. “Un horror, ese mundo de despiadados supervivientes. (…) no creo que merezca la pena vivir a cualquier precio”, escribió Rosa Montero.

Se roza también esa soledad radical al usar la voz para resaltar lo incómodo y desmarcarse de lo que uno considera el mal, tantas veces convertido en paisaje para los demás. Las redes sociales están llenas de ganas de confirmar prejuicios y ver cosas bonitas o superficiales para olvidarse del mundo y no pensar. Quienes interrumpimos el idilio con asuntos como Gaza nos enfrentamos a una marea anestesiada pero furiosa. “Esa pasividad de quienes observan —o incluso participan— nos remite inevitablemente a Hannah Arendt. Esta filósofa política germano-estadounidense, una de las voces más lúcidas del siglo XX, nos ayudó a comprender cómo los regímenes autoritarios no solo se construyen con violencia, sino con pasividad. (…) Lo que quiso señalar no era una maldad espectacular, sino una ausencia radical de pensamiento. Una desconexión moral. Un modo de funcionar sin preguntarse por qué. Sin juicio. En ese vacío —no de conciencia, sino de atención— encontraba Arendt el germen de lo intolerable: el mal como resultado de la rutina, de la obediencia automática, de la inercia institucional”, escribió Miguel Alexandre Barreiro-Laredo. Y agregó: “Frente a la saturación, la banalización del horror y la anestesia emocional, queda una sola defensa: el pensamiento lento. El juicio ético. La capacidad de entender el valor intrínseco de las cosas. La pausa. La lectura que incomoda. La conversación que no busca likes. La puesta en escena que no decora, sino desvela”.

El hombre de la película, torturado, viaja mentalmente a sus montañas, a los brazos de su esposa y sus niñas, y sabe que ceder a lo que le pide la sociedad del momento le permitiría volver a abrazarlas. Pero sabe también que eso, convertirse en nazi para sobrevivir, representaría el peor de los finales para otros y para él. Entonces conversa con Dios, oye la voz de su esposa, construye con ella el sentido de aquello que les pasa, que se parece tanto al absurdo. Personas cercanas le ruegan que abandone ese sinsentido que no cambiará nada. Pero él contempla el cielo, los árboles, recuerda sus montañas, y agradece.

La película cierra con esta idea de la escritora George Eliot: “…porque el creciente bien del mundo depende en parte de actos no históricos; y que las cosas no estén tan mal para ti y para mí como podrían haber estado se debe en parte a la cantidad de personas que vivieron fielmente una vida oculta y descansan en tumbas sin visitar”. Aquellos capaces de pequeños actos diarios contra la corriente de la maldad saben que ese veneno los mataría por dentro, un tipo de aniquilación que no están dispuestos a asumir. Prefieren morir para no matar. Son el alma del mundo.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/

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