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Mi madre ha sido mi mayor referente. Cuando yo tenía seis años y vivíamos en el barrio San Pedro, donde la situación de pobreza era muy densa, me tocó ver su capacidad de liderazgo y trabajo por la comunidad. Junto a algunos vecinos, se encargaba de organizar la fiesta de los niños para todo el barrio, recogiendo de a poco dulces y armando pequeños y simbólicos regalos con lo poco que había.

Cada año, en Halloween, muchos niños no tenían posibilidad de disfrazarse y ella se encargada de ir casa por casa recogiendo ropa con los vecinos, llevando a esos niños a mi casa y utilizando su ingenio para crear personajes en cada uno de ellos. “Usted va a ser una gitana” “Usted es un guerrero” “Usted va a ser un príncipe”, eran algunas de las expresiones contundentes que usaba con todos ellos, mientras les daba un momento de felicidad en medio del abandono y la carencia.

Y así fue por varios años. Se involucraba en los asuntos de mi escuela, trabajaba como voluntaria en el restaurante escolar o ayudaba con el día de la antioqueñidad.

Uno de los momentos de mayor felicidad para ella y para nuestra comunidad, fue el momento en que se convirtió en Madre Comunitaria del ICBF en el barrio Alfonso López. Adecuó la sala de nuestra casa como un espacio para los niños, le puso toda la dedicación y el esfuerzo y así le dio vida al Hogar Pinocho. Por cobertura del ICBF, solo podía atender a 13 niños, pero era tanto su éxito como profe, que cada año, en diciembre, decenas de padres le hacían fila para que recibiera un par más.

Su esfuerzo incansable por dar felicidad a esos niños me sorprendía demasiado. Todas las mañanas cuando despertaba e iba a la universidad, eran las risas, las canciones y los juegos los que llenaban todo el espacio de nuestro hogar. Preparaba para ellos noches de cine, eventos especiales, los graduaba, los trataba como sus hijos y se encargaba de conversar horas y horas con los padres dándoles consejos y pautas de crianza. Todo lo hacía por amor, no por instrucción de alguna institución.

Solo un par de años después, cuando inició el programa Buen Comienzo en la Alcaldía de Alonso Salazar, fue que pudo comenzar a formarse, recibir acompañamiento pedagógico e incluso algo más de salario, pues para ese momento el ICBF solo le pagaba un 75% del salario mínimo. Se formó y se graduó como técnica laboral en Primera Infancia, y con otras madres comunitarias comenzó a ser acompañada por la Fundación Carla Cristina, la cual era operadora de este programa.

Cada martes iba con los niños a la UPA Niño Jesús (Unidad Pedagógica de Aprendizaje) en el barrio San Martín de Porres de la Comuna 6, y allí la recibían profes, nutricionistas y psicólogos para complementar y fortalecer lo que ella estaba haciendo con los niños. Abundaban nuevamente los juegos y las canciones, pero esta vez con un sentido pedagógico más profundo y una preocupación por el crecimiento integral de todos sus niños. Era toda una aventura.

Hoy Buen Comienzo pasa por uno de sus peores momentos en la historia de la ciudad. No solo por la imputación de cargos a la secretaria de Educación de Medellín y a Colombia Avanza, sino también, por la enorme pérdida de calidad y nutrición para los niños y niñas de la ciudad, a pesar de que tiene la mayor inversión de todas las administraciones.

Pero hay una parte de la historia que no hemos visto en todo este problema, y es la de los agentes educativos de Buen Comienzo que han tenido que soportar todos estos años de desidia y disputas políticas lideradas por el alcalde. En mi trabajo anterior en la Veeduría Todos por Medellín, tuve la responsabilidad de dialogar con muchos de ellos, y fue abrumador y triste escuchar sus historias de desespero, rabia y desgano.

“Uno ya no se pone la camiseta de Buen Comienzo con la misma pasión que lo hacía antes. La comunidad se te queja por los retrasos, los mercados y por el cambio de operador” Me contaba una profe que trabajaba para una de las entidades cuestionadas en todo este entramado. Y es que la sobrecarga laboral, la inestabilidad y la falta de recursos y materiales se convirtió en la cotidianidad de los agentes educativos, que ahora sienten desesperanza con el presente del que fue en otro tiempo el mejor programa público de esta ciudad.

Muchos de ellos tienen miedo a hablar. Saben que, si lo hacen, su trabajo y hasta el contrato de la organización a la que pertenecen, pueden sufrir las consecuencias, pues si de algo se ha encargado esta Alcaldía es sembrar miedo en contratistas y operadores para que guarden silencio. Pero es claro que, al igual que muchos funcionarios de otras dependencias, todavía hay mucho por contar de lo que está pasando realmente con nuestros recursos públicos en Medellín.

Quintero ha acusado una y otra vez a las organizaciones que por años han operado el programa; les ha dicho corruptos y violadores, los ha acusado injusta y equivocadamente de estar bajos los intereses económicos de su eterno enemigo de ficción: el “FajardoGEAUribismo”, pero nunca ha querido entender que estas organizaciones y sus agentes educativos le han puesto por años el pecho a las situaciones más complejas de los niños de esta ciudad.

La historia seguirá desnudando a nuestro pequeño monarca local, y uno de los siguientes eslabones será el momento en que los agentes educativos contratistas de Colombia Avanza comiencen a contar su historia, a decirle a las autoridades cómo presuntamente les cambiaban las condiciones contractuales cada tres meses y firmaban hasta ocho contratos en el año. Lo que estamos viendo es apenas la punta del iceberg.

Cuando voy caminando por el barrio con mi mamá, pasa a menudo que un adolescente de 15 o 16 años le grite a una cuadra y le diga “Profeeeee”, se le acerque, la abrace y le recuerde lo mucho que la quiere por sus cuidados y por haberle cambiado la vida. Mi madre se llena de felicidad y yo me lleno de orgullo cada vez que pasa.

Esas son las historias que necesitamos recuperar en nuestra bella ciudad.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/wilmar-andres-martinez-valencia/

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