Mi alma se la dejo al diablo

Mi alma se la dejo al diablo

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Hace poco estuve visitando a familiares en la Comuna Trece de Medellín, lugar donde crecí y donde atesoro los recuerdos más contradictorios de mi juventud, porque pasan de la admiración profunda por las lideresas que de forma valiente impulsaron a sus comunidades, a las dolorosas imágenes, durante la Operación Orión, donde perdí amigos a causa del conflicto armado. Esta sensación es constante durante mis visitas y me ayuda a estar atento a los detalles violentos, que sospecho se pasan por alto bajo el eufemismo de una violencia menos terrible.

La casa familiar seguía idéntica, todo estaba en el mismo sitio, inclusive las perforaciones de los disparos que en su momento ingresaron por los techos de zinc y se estrellaron en las paredes de la cocina. La sala conservaba la biblioteca de mi niñez y dentro de ella: directorios telefónicos de los últimos 15 años, un diccionario de sinónimos y antónimos, un Álgebra de Baldor y la sagrada biblia. No obstante, algo me llamó la atención. La presencia de un libro mediano, de hojas amarillentas y pasta roída que rompía con las categorías históricamente establecidas en la biblioteca. Le consulté a el familiar que vive en la casa y me contó que un primo hace muchos años lo dejó olvidado y desde entonces el texto ha permanecido oculto a las miradas.

El libro lleva por título: Mi alma se la dejo al Diablo y su autor es el periodista Germán Castro Caicedo. Fue grato encontrar dicho texto en medio de números telefónicos, operaciones matemáticas y la palabra de Dios. Así que me acomodé y me dejé envolver por el relato. Entrada la noche, el silencio que facilitaba la lectura, fue interrumpido por el atronador sonido de la música y una discusión que se fue acrecentando en la casa contigua.

Motivado por el alcohol y el profundo irrespeto a la vida, un hombre agredía de forma verbal y física a una mujer, que por lo que podía entender era su pareja sentimental. Rodeado de otras personas, este hombre justificaba su actuar bajo la frase: «no me jodan que estoy endemoniado”. Ante tal despropósito, llamé al cuadrante y a la línea 123, sin lograr una respuesta positiva.

No pude dejar de pensar en esta mujer y todas las demás que son violentadas, bajo pretextos absurdos, como que quien agrede está invadido por fuerzas desconocidas que lo imposibilitan para la vida, y solo le permite acabar con el cuerpo que presuponen como de su propiedad. Lejos de ser un asunto paranormal o inexplicable, estos actos se camuflan en contextos históricamente violentos como hechos menos graves y en cierta medida justificables cuando los que están en la confrontación son parejas sentimentales. Según cifras de la Personería Distrital de Medellín, en 2024, se han registrado más de 3.400 casos de feminicidios, lo que, en promedio, equivale a 26 casos por día. Estas dolorosas cifras, probablemente cuenten con subregistros no documentados, que aumentarían la cantidad de mujeres que a diario son víctimas de violencia física, verbal y de tipo relacional – económica.

Entrada la madrugada los equipos de sonido se silenciaron y la mujer fue acompañada por un grupo de personas a otro lugar. Lo que no se silenció fue la frase de aquel hombre, «no me jodan que estoy endemoniado”, que me retumbaba como un argumento, al que se podría apelar, para justificar una emoción que nos desborda y así trasladarle la responsabilidad de nuestros actos a fenómenos metafísicos o fortuitos, como si nuestras decisiones se comportaran como veletas que van a la deriva en un mar de probabilidades. Contrario a esto, comportamientos homofóbicos, xenofóbicos y de agresión a grupos particulares, dice la Filósofa Martha Nussbaum, se tramitan desde un ámbito cognitivo y bajo la mirada de las emociones políticas, esto quiere decir, que quien ejerce la violencia contra una mujer es consciente de sus actos en la medida que no ignora su existencia en la dimensión pública.

Indignado por lo sucedido, considero imperativo detenernos a examinar el rol que tenemos los observadores ante estos hechos de violencia, no siendo indiferentes y denunciando oportunamente, porque contrario a lo que los agresores creen, las mujeres no están solas.

Terminada la visita familiar, regresé el libro a su dueño, no sin antes, contarle que como lo expuso Benjamín Cubillos el personaje del relato: “los momentos felices me llegan todas las tardes y siento que Dios está conmigo, pero la violencia que observo es como el diablo que me mira en forma de marrano que sale del rio”.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-carlos-ramirez/

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