Dentro de dos meses, el 1 de enero de 2022, la administración encabezada por Daniel Quintero Calle cumplirá dos años. 24 meses en los que Medellín no sólo no tiene rumbo, sino que ha venido perdiendo el camino trazado en las últimas décadas gracias a la alianza entre diferentes sectores sociales, políticos, culturales y económicos.
Quintero ganó las elecciones y tenía -y tiene- todo el derecho de plantear visiones diferentes en la planeación y la ejecución de las políticas públicas de la ciudad, convocar otros grupos, priorizar temas y diseñar una nueva agenda. En fin, dar un timonazo al barco y coger otros mares. Ese es el sentido de la democracia.
El problema es que hay tormenta, el barco se está hundiendo y el capitán no tiene ni idea de navíos.
En la Alcaldía de Medellín, la improvisación ha sido la norma. Desde el alcalde y sus secretarios baja una falsa creencia de que la ciudad empezó con ellos, creencia que permea las visiones y las acciones de los contratistas que han venido a integrar, de buenas a primeras, puestos claves de proyectos y programas en la administración sin tener experiencia o sin cumplir con el perfil requerido para el cargo. Pero esto es, digamos, lo menos grave.
Varias entidades se han visto inmersas en dificultades causadas tanto por las manifestaciones como por las decisiones del alcalde y sus funcionarios, basadas en una especie de mito fundacional -que acompaña a los llamados Independientes- que pretende plantear el hecho de que todos son corruptos menos ellos, y que todo funcionaba mal hasta que llegaron los salvadores.
Recuento rápido: Buen Comienzo empezó a operar tarde y mal, perjudicando a los niños más vulnerables por los que el alcalde se ponía a llorar en entrevistas (¿lágrimas de cocodrilo?); el Inder ha empobrecido su oferta y el cuidado de sus escenarios (porque el Atanasio es para “pelagatos”); EPM, la llamada joya de la corona, ha pasado por la cabeza de 4 monarcas -y contando-, dejando una estela de dudas sobre la estabilidad de la empresa y su proyecto más importante: Hidroituango; Telemedellín, el canal público que no se ha salvado de ningún narciso de turno, se está convirtiendo en el Fox News, perdón, en el fake news del séquito del piso 12, los que más hacen caso, citando al gerente actual.
Medellín no va bien, aunque la propaganda política en vallas y avisos y la pauta digital sin control pretenda decir lo contrario.
No va bien por la desconfianza que los grupos políticos, que llegaron con Quintero, han generado dentro y fuera de la Alcaldía. No va bien porque hay dudas sobre la transparencia y la probidad de las empresas que se están quedando con la contratación municipal. No va bien porque el alcalde no debate con sus críticos sino que los estigmatiza, al mejor estilo de quienes dice ser la contracara. No va bien porque el alcalde cree que la ciudad es un feudo para el beneficio de sus familiares y amigos. No va bien, en definitiva, porque con la elección de Quintero el 27 de octubre de 2019 no fue la esperanza la que derrotó al miedo, como él lo manifestó en sus redes sociales, sino todo lo contrario.