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“Amo a mis hijos, pero si hoy tuviera la posibilidad de volver a decidir sin duda no los tendría”, “me encanta jugar con mi hijo, pero extraño mucho la libertad de que nadie dependa de mí”, “no sentí esa emoción de la que hablan las películas cuando pusieron a mi hija en mi pecho, siento que nuestro amor se ha ido construyendo con el tiempo”, “me hubiera gustado conocer mi vida si no hubiese sido mamá tan joven”, “ver crecer a mis hijos es maravilloso, pero también me gustaría poder volver a dormir una noche entera”.
No somos malas mamás, solamente somos mamás reales.
Cuando se propician espacios de confianza para que las mujeres hablemos de nuestra maternidad y empezamos a escarbar un poco en ese sentir real por fuera de la romantización de esta, nos encontramos entre iguales compartiendo nuestros retos, nuestro agotamiento, nuestra impotencia, nuestras ganas de recuperarnos como mujer.
No somos tan diferentes. Las que desde pequeñas soñaron con tener hijos casi al estilo de Susanita, hasta las que la adultez nos despertó ese instinto. No estamos lejos. Vivimos hoy una maternidad que lucha por desconectarse del ideal de la madre abnegada, nos resistimos a dar explicaciones de nuestras elecciones en la crianza, hemos aprendido a poner barreras a los comentarios juzgadores de aquellos sin hijos, nos debatimos constantemente entre la culpa que no abandona el ser madre y nuestro profundo deseo de ser más que una madre, exigimos no ayuda sino apoyo, responsabilidades conjuntas de pareja, padres o cuidadores, amamos sin límites a esa pequeña criatura que nos llama mamá y extrañamos aquella época en la que teníamos un nombre, disfrutamos nuestro rol a nuestra manera a sabiendas de que el camino que le queda al feminismo en cuestiones maternas es aún largo y pedregoso.
Nos veo sobresaliendo en lo político, en lo social, en el deporte, en la ciencia, en la literatura, nos veo con fuerza, ímpetu y pocas horas de sueño reparador poniéndole el alma para no dejar de ser lo que éramos. Nos veo y siento orgullo de nosotras, a las que nos llaman malas mamás, a las que nos priorizamos, a las que sacamos nuestros espacios de silencio y soledad así sea en el baño de la casa, a las que a veces entregamos pantallas para poder leernos nuestro libro y pedimos pizza si el ánimo no nos dio para la comida saludable. Nos admiro a las que escogimos maternar no desde el ideal sino desde la realidad, desde lo que podemos dar. Porque luchar contra un sistema patriarcal ya es agotador, pero hacerlo siendo madre puede llegar a ser devastador.
No ha sido fácil llegar a este punto. Hemos tenido que desatender consejos de muchas abuelas, hacer oídos sordos de familiares que no entienden porque la mamá salió a tomarse un café con su amiga y poner límites a parejas que no se sienten capaces de encargarse del cuidado mientras salimos a un viaje de trabajo. Hablar de nuestras maternidades deconstruidas es encender el fuego en cualquier reunión social ante los ojos de aquellos que dejaron de vernos como mujeres y solo nos ven como madres.
Pero hemos llegado a este punto donde no nos avergüenza hablar de nuestras frustraciones, hemos transitado este camino de maternidades feministas y lo seguiremos abonando para las que vienen detrás de nosotras. Hemos puesto la rebeldía y desobediencia como premisa, entendiendo que para que nuestros hijos sean seres humanos felices, deben tener mamás felices. Poco a poco hemos recuperado nuestros nombres, porque aunque les sorprenda, no nos llamamos “mamita”, nos llamamos Manuela, Diana, Sara, Ana, Natalia, somos mucho más que mamás y aunque llevamos con orgullo nuestro papel y nuestros hijos son sin duda los dueños de nuestro amor más profundo, no nos queremos perder como se perdieron muchas de nuestras madres y abuelas en solo un aspecto de sus vidas, queremos ser mamás, pero también mujeres, profesionales, parejas.
Así que quiero que lo escuchen: amigas mamás, estoy muy orgullosa de nosotras, y por si nadie se los ha dicho últimamente, lo estamos haciendo bien, este es el camino, porque solo sabemos que el camino es el correcto si realmente nos hace felices recorrerlo.