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Tecnófilos y tecnorreligiosos

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En los últimos años he tenido un interés especial por las revoluciones industriales y, por ende, o más aún, por la relación del ser humano con la técnica y la tecnología. La inusitada velocidad del cambio tecnológico y su impacto en las personas, las relaciones humanas y la sociedad en general, empezando por la salud mental, me instó a comprender para dónde va el mundo con la tecnología y la tecnología con el mundo.

Lo hago básicamente con dos propósitos: 1) ayudárselo a entender a otras personas, empezando por mi hija Valeria, y 2) no convertirme en un viejo amargado o renegado de la tecnología. Ahí voy con ambos cometidos, De hecho, he comprendido que nuestra fascinación por la técnica y la tecnología hacen parte de nuestra condición humana. Somos los únicos seres inconformes con nuestra naturaleza y por ello desarrollamos todo tipo de tecnologías para ir “más alto, más fuerte, más lejos”, como dice el eslogan de los Juegos Olímpicos.

 
He comprendido también que, salvo excepciones, la técnica y la tecnología, como cualquier otro medio, no son buenas ni malas por sí mismas. Somos los humanos quienes les damos ese cariz, dependiendo de para qué los creamos, para qué los usamos y cuándo los usamos. Una pistola puede crearse y usarse para matar o hacer deporte; o, incluso si la usamos para matar, es muy diferente cuando se hace en extremo caso de defensa personal, que si es para robar, intimidar o matar ante cualquier nimiedad.

Todo lo anterior para decir que he ido comprendiendo el tema con relativa serenidad y en esa medida no me declaro ni tecnofóbico, ni tecnoconservador, aunque tampoco sea tecnófilo. Me gusta conocer y entender la tecnología, pero no me parece la panacea a todos nuestros males. Es más, asumo el riesgo de que los stevenpinkeristas y modernistas afines me linchen “intelectualmente” por ser progresofóbico, al advertir que, en muchos casos, la tecnología, es decir, su uso, es más lo que nos ha enfermado que lo que nos ha curado.


Claramente, la Cuarta Revolución Industrial que estamos viviendo desde principios de siglo no es comparable con las otras que hemos tenido. Los mismos tecnófilos que nos llaman a la serenidad porque todas han tenido resistencia, contradictores, tecnofóbicos y falsos profetas, se contradicen y nos asustan cuando muestran la pendiente del cambio tecnológico elaborada por Singularity University, para advertirnos que el nivel de disrupción es exponencial, que ya estamos empezando la quinta revolución, que pronto vendrá la sexta, y que solo unos pocos elegidos, como ellos, han pasado por la epifanía y lo están entendiendo.


Dan fechas exactas en las que se cumplirán sus profecías, o, mejor, las de Raymond (Ray) Kurzweil, autor de La singularidad está cerca. Cuando los humanos transcendamos la biología, cofundador de Singularity y unos de los profetas mayores. También citan a otros menores, como José Luis Cordeiro, quien junto a David Wood en su libro La muerte de la muerte se dedican a sustentar la tesis explícita en el subtítulo La posibilidad científica de la inmortalidad física y su defensa moral, con argumentos risibles para la mayoría de la comunidad científica de físicos, químicos, biólogos y neurofisiólogos, muchos de ellos ateos y para nada conservadores.

Una de las profecías más citadas es precisamente la de la singularidad tecnológica, entendida, aunque muchos ni la sepan explicar, como el momento en que la tecnología sería autónoma, se crearía y se recrearía sola, y por tanto se independizaría del ser humano y de la biología, gracias a que habría una nueva forma de existencia (superior) basada en el silicio y otros elementos, y no en el carbono, base de toda forma de vida. En cada conferencia le restan un año al momento en que este giro de 180 grados en la historia se dará.

La evidencia más recurrente es la inteligencia artificial y derivados de ella como los programas de lenguaje generativo, tipo Chat GPT, que no soportan algunas pruebas básicas de inteligencia como se ha mostrado, y quienes sostienen que sí lo son, difícilmente sostendrían una discusión sobre lo que es inteligencia. No hay inteligencia sin pensamiento ni consciencia como lo planteé en otra columna reciente en este mismo medio.

El desarrollo (o subdesarrollo) tecnológico siempre estará ligado a unos intereses, a unas economías, a la especulación bursátil, a unas políticas y a unas ideologías, como bien lo ha advertido Habermas, entre otros tantos autores. El generado en la Cuarta Revolución Industrial no solo no es la excepción, sino que, además, desarrolla caracteres religiosos, con el movimiento transhumanista mediante. Silicon Valley (Valle del Silicio) es la nueva Meca, la tecnología su proyecto salvador y cuenta con una recua de profetas, predicadores y devotos, que se esparcen también exponencialmente por el mundo. Y como toda religión, se llena de dogmas y fanáticos que gradúan a los críticos como ignorantes o herejes.    

La Cuarta Revolución Industrial es tan fascinante como inquietante, no solo porque la velocidad del cambio es de una complejidad mayúscula, sino también, y es lo preocupante, porque sus profetas y predicadores, por falta de rigor académico, se han encargado de generar complicación, confusión y miedo, así digan que siembran es esperanza, al tiempo que afirman que los enemigos del desarrollo tecnológico son la ignorancia, los medios de comunicación y la religión. En sus conferencias son más preocupados por presumir de ilustrados en el tema que por facilitar su comprensión. Y lo logran: dejan a la gente boquiabierta, pero, una vez vuelven del trance, terminan con miedo personal, empresarial y laboral por lo que se nos viene pierna arriba.  

Sí, ya sé, como plantea el mismo Cordeiro, que la ciencia ficción de hoy es, en parte, la ciencia real de mañana, que la de ayer es la de hoy, y que la realidad suele superar a la ficción. Pero como la historia la escriben los vencedores, hay millones de profecías “científicas” que no se han cumplido ni se cumplirán, pero de esas nadie presume. No me declaro ateo ante esta tecnorreligión en la que se está convirtiendo esta revolución industrial. Asumo una posición de agnóstico, al tiempo que procuro hacer una suerte de curaduría sobre el tema. Acojamos el desarrollo científico, pero sin ingenuidad, para no seguir comprando humo.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/

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