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Andrés Preciado

Manual para el 20 de junio

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El próximo lunes ya sabremos el nombre de la persona que ocupará la Casa de Nariño durante los próximos 4 años, el presidente de todo el país y máxima figura del ejecutivo nacional, que, en un sistema de presidencialismo fuerte, como el nuestro, equivale a tener la mayor concentración de figuración y poder.

En torno a ese presidente, su equipo político y sus decisiones girarán muchas de las condiciones para que tengamos una mejor o peor calidad de vida, un ambiente económico y político más dañino o sano, en suma, en torno a él girará el proyecto de país o su ausencia, pues al final de la jornada electoral del 19 de junio será el presidente de todas y todos, decisión tomada por quienes votaron por él mayoritariamente en elecciones libres y abiertas.

El día siguiente de la segunda vuelta electoral también conoceremos el sistema de contrapesos políticos que empiece a operar en Colombia, con un candidato vencido que sin duda tendrá fortaleza y una representación no menor en el Congreso. Sus votos le darán el escenario y sus seguidores la voz para lograr hacer una postura que será acorde al tamaño de su talante en el cargo, tiene dos caminos: el primero arranca por reconocer con gallardía su derrota ante las garantías del sistema institucional colombiano y agradecer el apoyo a sus seguidores, para renglón seguido plantarse en la oposición respetuosa pero vigilante del cumplimiento de las propuestas del próximo gobierno nacional. El segundo es un camino más empantanado, sabemos que comienza con la crítica a los resultados electorales y su desconocimiento, pero no sabemos dónde acaba porque el tamaño de la hoguera no lo controla el candidato perdedor, solo el bidón de gasolina con el que irresponsablemente tratará de apagarlo o deliberadamente buscará aumentarlo. La virgen María, famosa por estos días de campaña, nos conceda el milagro de que los candidatos en un escenario de derrotan opten por el primer camino, el de la templanza y la serenidad para aceptar la derrota y la fortalece institucional. Y sí, es un milagro porque el talante de ambos candidatos no sugiere ningún indicio de que así se puedan portar.

Esto depende, en una parte importante, de los candidatos y sus seguidores más enardecidos, esos que esperamos que depongan sus banderas incendiarias una vez se anuncie el vencedor, aquellas que han enarbolado vehementemente durante largos meses de campaña, una que nos ha dejado exhaustos y pesarosos sobre lo que nos espera.

El 20 de junio, ojalá, nos debiésemos despertar en un día festivo tranquilo, sin noticias de desmanes, disturbios o protestas, con expectativas grandes, pero sin preocupaciones trascendentales sobre lo que va a pasar, con la aceptación templada y respetuosa de la designación democrática expresada en el voto y dedicados al culto mañé de pasar por la prensa y la televisión viendo y leyendo los perfiles de la nueva familia inquilina de la casa presidencial.

Aprovechemos el 20 de junio para desintoxicarnos de una campaña pesada, para retomar fuerzas y descansar porque, gane quien gane, el 21 de junio hay que levantarse y continuar.

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