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¡Make Medellín great again!

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Muchas ideas hacen carrera en las redes sociales; uno mismo se convence de cosas que lee y se enamora de discursos que, a su vez, se anima a sí mismo a promover y predicar. Cada tanto surge un tema que se populariza y pasa de las redes sociales a las conversaciones de pasillo, a las mesas de los bares y a los domingos en familia. Hoy se habla mucho -bastante entre personas de mi generación- sobre el hecho de que los turistas están perjudicando a la ciudad, pero el enfoque de lo que es popular en redes parece perder de vista lo esencial y está tomando un tono preocupante.

Son muchos quienes parecen listos para salir a protestar cantando y vitoreando en favor de la construcción de un muro a la manera de Trump y aunque no dicen propiamente “build a wall”, sí están dispuestos a decir: “estoy mamado de los malparidos extranjeros”; “nunca pensé tener estos asquerosos sentimientos xenófobos”; “váyanse, por favor, no puedo más con todo tan caro y ustedes pagando por botellas de guaro a 700 mil COP”; “cansado de ver tan gringo en Medellín; como sigan viniendo extranjeros, voy a conformar un grupo de choque”. Estos son comentarios reales de gente en Twitter.

A mí también me molesta el tumulto en los lugares de ocio y, sobre todo, me hierve la sangre pagar una cerveza local a 10 mil o más, pero más allá de enfocarnos en el problema, se ha vuelto popular opinar sin cuidado, usando insultos y exageraciones, hablando de una manera que, como bien resaltaba otra usuaria que leí, si alguien lo hiciera así sobre nosotros en otro país, no lo bajaríamos de xenófobo.

Medellín, y sobre todo la gente de mi generación, debe cuidarse de la xenofobia, ¿cuántos años hemos luchado con el fantasma del narcotráfico que según muchos extranjeros es intrínseco a nuestra identidad? Y, ¿cuál será el resultado del hecho de que nosotros recurramos a lo mismo para hablar de quienes ahora nos visitan? Caer en comportamientos y comentarios xenófobos no es una inocentada, aunque se diga de forma jocosa “era un chiste”.

Ahora, me permito decir algunos aspectos verdaderamente graves sobre los que creo que debe darse una discusión seria acerca del turismo en Medellín.

Lo más grave que tiene Medellín hoy en relación al turismo es la explotación sexual, especialmente de niñas, niños y adolescentes; pareciera que lentamente nos volvemos una meca de la prostitución. Mientras nos enorgullecemos de tener resultados históricos en ocupación hotelera, tiramos bajo el tapete esa lacra difícil de corregir. La prostitución no es otra cosa que explotación sexual y violencia contra las mujeres, y mientras celebramos la llegada de hordas de extranjeros, no hacemos nada para evitar que se promueva a Medellín como “la ciudad de las mujeres bonitas y fáciles” que tanto ofende a los internautas. Medellín no solo está en deuda de generar políticas públicas que permitan superar la explotación sexual, sino también de campañas de cultura ciudadana e iniciativas de promoción del turismo que nos muestre como lo que realmente queremos ser.

El segundo problema relevante es la llamada gentrificación, y aunque no estamos viviendo explícitamente un fenómeno generalizado de desplazamiento de clases medias empobrecidas por extranjeros adinerados, sí se está promoviendo poco a poco el desplazamiento de sitios de vivienda de locales para el establecimiento de vivienda temporal para turistas. En el apartamento en el que vivía antes una familia de 3 o de 4 personas, por 5 o 6 años, se ha vuelto más rentable recibir extranjeros en periodos de 3 y 4 meses, pagan más y joden menos.

Al mismo tiempo, en la ciudad hay un déficit grave de vivienda y encarecimiento de los bienes raíces que ha obligado a muchos a desplazarse a Sabaneta, Bello, Itagüí, La Estrella y hasta Rionegro y los municipios del oriente cercano. Como Medellín sigue siendo el centro económico, cultural, de ocio y de estudios en nuestra región, este fenómeno genera presiones sobre el sistema de transporte que nos tiene hoy como la tercera ciudad más congestionada de Latinoamérica y sin una solución a la vista.

Ahora, antes que caer en el error de creer que estos problemas son culpa de los extranjeros, debemos analizar muy bien nuestro papel como medellinenses en ellos; la prostitución no es nueva en la ciudad, como tampoco lo es la explotación sexual de niños, niñas y adolescentes, un problema del que más bien somos causantes y nos alarmamos ahora que se nos salió de las manos. Sobre lo segundo hay que decir que los dueños de apartamentos también viven la inflación, pero, entre mucho paisa pujante ha habido siempre uno que otro aprovechado.

Finalmente, vale la pena mencionar que ningún gringo es culpable del alza de los precios de la rumba y los restaurantes en Provenza. Además, este es un problema de privilegiados (que no deja de ser importante), pero hay cosas más profundas y preocupantes que el hecho de que nos incomoden a quienes nos acostumbramos a hacer ocio en las zonas más costosas de la ciudad. A esos lugares estrechos, con sillas aestethic pero incómodas y de comida normal con precios exorbitantes, es mejor dejar de ir aunque nos estemos perdiendo de una linda foto para Instagram. No ser populares es lo que más los impulsará a normalizar los precios y mejorar la experiencia.

Efectivamente estamos viviendo problemas relacionados con el turismo, o más bien, con alguna cultura dentro del turismo moderno, pero que no son nuevos. Mientras que miramos la astilla en el ojo de los extranjeros que nos visitan, olvidamos la viga en el propio y preferimos caer en la xenofobia antes que ser críticos de nuestra propia historia, cultura y gobierno.

No necesitamos un muro, sino una posición de ciudad que nos una a vecinos, empresarios y gobernantes en torno a la manera como queremos tener turismo en Medellín.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-estrada/

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