Los rostros de la injusticia

Los rostros de la injusticia

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El ser humano ha perseguido el valor de la justicia desde que tiene uso de razón. Para ningún filósofo antiguo o moderno ha pasado inadvertida la necesidad de lograr definirla, desde Platón a Kant, la noción de justicia ha sido objeto de profundas reflexiones, sin embargo, parece que durante la historia nos hemos resignado a no poder contestarla de modo definitivo, pero si, a replantearla según los intereses del momento.

Una forma distorsionada de la justicia es la denominada por mano propia, que no es otra cosa que la decisión, por parte de los ciudadanos, de aplicar una pena física para castigar un supuesto delito o falta, por encima de la ley. El caso más reciente, ocurrió a inicios de agosto en la ciudad de Bogotá, cuando un hombre fue detenido por un grupo de personas en el centro de comercio San Andresito, por presuntamente atentar contra un habitante del sector. Sin mediar palabra, como una horda, se abalanzaron sobre la humanidad de este hombre y en menos de 10 minutos fue linchado y su vida acabada. Las declaraciones de los involucrados en este hecho fueron las siguientes: “fue justo acabar con esta plaga” y “ese fue un buen muerto”. El correlato entre la violencia como mecanismo que precede a la justicia, y el “buen muerto” como respuesta a la intransigencia de la norma, ha sido la raíz de todas las atrocidades que el mundo ha presenciado.

En Colombia, como respuesta a nuestra historia de violencia y desastres naturales, nos aproximamos a la justicia por medio de la injusticia, es decir, tenemos muy claro cuando una situación vulnera nuestra existencia, pero nos cuesta reconocer el principio de que, a la justicia, sólo, en el fondo, como lo asegura el profesor Norbert Bilbeny, la justifica un reclamo: “¡nosotros existimos!”. El centro del asunto está en que creemos que lo injusto es una desgracia. Este intríngulis lo aclara de manera acertada la filósofa Judith Shklar en su texto Los rostros de la injusticia. Si el hecho luctuoso fue provocado por un evento natural es una desgracia, como fue el caso de la avalancha ocurrida en Armero en 1985. Ahora bien, si algún agente mal intencionado, humano, lo ha ocasionado, entonces se trata de una injusticia y debemos expresar nuestro escándalo y nuestra indignación, como ha ocurrido con los casos de falsos positivos perpetrados por actores armados legales e ilegales.

Las metáforas que se han generado alrededor de la justicia nos han llevado a pensar que es una receta infalible, por medio de la cual, si queremos ser felices, debemos tratar a todas las personas de igual manera o dar a cada uno lo que le corresponde. No obstante, tratar a todas las personas sin tener en cuenta sus intersecciones, es decir, sus formas de habitar el mundo, su identidad de género, ubicación geográfica, nivel educativo, acceso a capitales como lo son: económico, político y cultural, entre muchas otras consideraciones; contrario a lo que se cree, terminará generando una realidad editada más cercana al exterminio de los derechos fundamentales que al postulado del filósofo austriaco Hans Kelsen: “mi justicia en definitiva, es la de la libertad, la paz, la justicia de la democracia, la de la tolerancia”.

Si nos detenemos a observar la relación que tiene el conflicto armado y el sistema de justicia en el país, podríamos reconocer como lo documenta, Human Rights Watch en su Informe Mundial de 2024: “Los abusos de grupos armados, el acceso limitado a la justicia y los altos niveles de pobreza, especialmente entre las comunidades indígenas y afrodescendientes, continúan siendo problemas de derechos humanos preponderantes en Colombia”.

Siguiendo a Shklar, bien podríamos ubicarnos bajo la tesis del liberalismo del miedo, que postula que: “ante un paisaje de horrores que no se ha conseguido mitigarse, ya que la violencia, la crueldad, y coerción persisten (…), y afectan sobre todo a los más desfavorecidos, lo que impide ilusionarse con la política. No existe otra solución que institucionalizar la sospecha, ya que solo una población desconfiada puede quitarse de encima el miedo y velar por sus derechos”.

La justicia para las comunidades más vulnerables sigue siendo inalcanzable, cuando llega, es ejercida bajo la mirada centralista y no expresada por medio del derecho consuetudinario, dicho de otra manera, se pretende establecer abordajes normativos, subestimando las formas de mediación tradicional y la cosmogonía de los territorios. Como consecuencia, la noción de injusticia se engrandece y se vuelve una forma reconocible y habitable. Contrario a esto, cuando eres víctima de violencias sistemáticas, la justicia suele confundirse con estados de “bienestar”, inclusive si estos apelaran a justificar lo injustificable: el exterminio de los derechos de otros. Se podría argumentar que, en ausencia de un acuerdo fáctico sobre justicia, cualquier categoría funcionaría, la justicia divina o en su defecto la justicia por mano propia como ocurrió en Bogotá hace pocos días.

Parece que, frente a la pregunta, ¿Qué es la justicia? durante la historia nos hemos resignado a no poder contestarla de modo definitivo, pero si, a replantearla según los intereses del momento. Quizás debamos apelar a entender la justicia como lo postula Bilbeny:  cuidado de la existencia.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-carlos-ramirez/

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