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Tengo una relación estrecha con las cosas viejas. Para dar un solo ejemplo, mi carro tiene más años que yo: es modelo 80; y cuando alguien en la calle me pregunta si lo vendo, florece en mi un deje de orgullo y vanidad, y digo que no, que no tiene precio. Sucumbo ante a la fuerza imantadora de algunos objetos de segunda, sobre todo, ropa y elementos para el hogar. En esas cosas del pasado veo futuro: reconozco su potencial y sus nuevos usos. Casi todo me parece con posibilidades de ser otra cosa o de tener más vida.
¿Vida en las cosas? Pues sí. Porque así entendidas las cosas no son solo bienes útiles, sino, testigos de la historia. Una cosa, cualquiera, primero fue una idea. Alguien en algún lugar de este punto azul pensó en hacer algo. Esa idea se transformó en acción cuando ese alguien, seguramente con la intervención de otros, eligió materiales, formas, colores, tamaños e hizo que la cosa existiera en esta realidad material. Ya esa cosa va viviendo. Luego, en el ciclo del consumo, fue exhibida y comercializada. Es decir, otras personas la ofrecieron y, finalmente, alguien la adquirió paras su propio uso o para regalarla o terceros.
Y entonces, empieza otro registro. Esa cosa se usará según los fines de quien la ideó o podrá recibir nuevos usos: el plato que no se usa para servir alimentos, como fue pensado, sino que se expone sobre la mesa como objeto de decoración. Y sigue la vida del bien. Ese objeto será usado, reparado, modificado, heredado, trasformado, desechado… Su propia historia se rehace.
Y aquí lo bello. El objeto, entonces, tiene múltiples narraciones. Evidencia las sensibilidades estéticas de quienes los usan. Comunica emociones y vínculos de afecto. La cosa tiene peso simbólico y una relación directa con los placeres sensoriales.
Más allá de elaborar con todas estas palabras un discurso justificador de mis deseos de poseer cosas (que, en parte, sí lo es) asumo que, ante las inclemencias del mercado, la salida posible es por la vía de la experiencia estética. Aquello que nos permite ponerle freno, desde nuestras posibilidades, a la sobreproducción. Hacer que una cosa sea otra, que siga viviendo, darle nuevas historias que serán narradas a otros. Oír lo que las cosas tienen para decir.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/maria-antonia-rincon/