“Pero no es el triunfo de la paz lo que Aristófanes celebra, más bien quiere advertirnos de cuán difícil es parar la guerra una vez que empieza.”

Juan Luis Cebrián

Voy a describirles dos escenas casi indescriptibles por la deshonra que entrañan para el ser humano. Intentaré hacerlo porque son recordatorios que desafían el estado de anestesia en el que subsistimos y, si nos queda algo de buena voluntad, nos llevan a reflexionar sobre cómo queremos vivir.

Primera escena: el fotógrafo francés René Robert, de 84 años, murió de hipotermia tras resistir nueve horas tirado inconsciente en un andén del centro de París en el que se cayó y nadie lo ayudó. Nueve horas. Nadie lo ayudó. ¿Ya no vemos? ¿Ya no sentimos dolor ni compasión sino a través de pantallas, desde donde es tan fácil permanecer inmóviles?

La segunda escena sucedió en mi Medellín natal y no puedo expresarles el grado de vergüenza que me produce relatarla. Hace una semana un hombre publicó en Twitter que salió a correr por una de las zonas más prósperas de la ciudad y que, tras cruzar un paso peatonal sin esperar a que atravesara el carro que venía, quien lo conducía le disparó tres veces. Le disparó.

No sé si eso pueda ocurrir en algún otro lugar del mundo o si la furia nos haya devorado aquí de alguna forma sin precedentes. Es llevar el arma. Es la agresión como primera opción. Es el ‘primero paso yo y yo soy el que va en carro’. Es ‘si te metes conmigo, te mato’. Es desconocer de tal manera el valor de la vida. Pensar que si seguimos educando en la venganza, básicamente cualquier persona nos puede robar la existencia.

Hay una violencia descomunal en la escena de Medellín y una indiferencia escalofriante en la de París. En las dos hay fallos sociales profundos. “Todo lo que realmente pasa me pasa a mí”, dijo Borges. No son hechos lejanos. Nos están sucediendo mientras hablamos sobre desarrollo. Y no sé de qué pueda valer ningún tipo de progreso si no se revisan esos actos mínimos que nos permitan llamarnos humanidad.

Tanto el cruce peatonal como el andén están hechos para ciudadanos, para compartir la calle. Allí nos encontramos con el desconocido y ponemos a prueba lo que somos. Leía hace poco que jamás será sostenible lo que logre quien impulse un cambio político sin uno cultural.

“¿Llamas a eso extremo? No, creo que lo extremo es seguir viviendo como de costumbre cuando no cesa esta locura, cuando a derecha, izquierda y centro explotan a la gente, y tú puedes ponerte tu traje y tu corbata cada día para ir a trabajar, como si no pasara nada. Eso es lo extremo”, dice Philip Roth en Pastoral Americana.

Por eso cuando salgas a votar —que tienes que hacerlo si quieres dignidad— duda de las promesas que suenan muy bien en el corto plazo. Analiza lo que hay detrás de lo que parece beneficiarte rápidamente a ti. Piensa más en quien se empeña en esos actos mínimos que forman seres humanos, buscando cambios estructurales en el tiempo, incluso a costa de su propia popularidad en el presente.

Quien te habla de acabar con todo aquel al que califica de malo no te dice qué pasará con aquellos que nacen y crecen en condiciones complejas hoy, pues no será quien los mire de frente mañana. Solo con acciones que generen dignidad y empatía, que no es sino la capacidad de imaginarse y compartir en esencia el dolor del otro, caminaremos hacia la imposibilidad de que nos dejen morir por indiferencia o por violencia.

Abre los ojos, pues estás rodeado de gente como tú. Ayuda al que esté en problemas, pues podría ser tu padre o tu madre. No empuñes un arma ni recurras a la agresión, pues no sabes nada sobre las condiciones ajenas y hay tantas otras formas de mediar.

No creas en falsas amenazas ni te llenes de miedo. Lo extremo es permitir que la indiferencia y la violencia se nos arraiguen en la estructura del corazón y de la vida, pues así como es difícil parar una guerra una vez que empieza, es arduo desterrar esas emociones de las raíces de la razón. Cuando vayas a elegir piensa en cómo quieres vivir, en qué tipo de personas quieres encontrarte al salir.

Nos urge un progreso sostenible y con sentido, uno que nos permita abrazar la calle serenos y esperanzados, y en el que den ganas de soñar. Nos urge alejarnos de lo extremo, que es a veces imperceptible, aunque sea lo que nos pasa.

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