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Esta semana están conociendo la universidad los estudiantes que ingresan a primer semestre. Hoy, probablemente, dirán su nombre a un desconocido que se convertirá en los próximos meses en el mejor amigo para el resto de la vida universitaria. Mañana llegarán a sus casas contando que el campus es grande, bonito. Cada uno hará la lista de lo mejor que sus ojos vieron: la cancha, el gimnasio, la piscina, las zonas comunes… los compañeros.
Entrar a la universidad sigue teniendo un traje de ilusión. Quien ingresa siente que está haciendo el camino hacia la adultez en un lugar donde lo dotarán de las mejores herramientas posibles.
Las familias también tienen ese anhelo y se esfuerzan porque ese ser, tan joven, esté en un espacio lleno de posibilidades. Algunos, incluso, se separan del núcleo y se desplazan de otros municipios a la ciudad. Confían en que ese tránsito es determinante para el futuro de todos; porque, la persona que ingresa no va sola: va con el esfuerzo y las esperanzas de sus papás, de sus hermanos.
Ahora, puede pasar que las expectativas sean muy distintas a lo que la institución tenga para brindar. A veces, la experiencia universitaria decepciona, así como la vida misma. O, tal vez, las exigencias sean tantas que abruman. Algunos de los que hoy están conociendo el campus abandonarán antes de terminar el semestre.
La clave, para equilibrar las ilusiones y las expectativas, es asumir con prontitud que la universidad es un microcosmos y no una isla. Allí, en todos los ámbitos, se viven las tensiones propias de la humanidad: fuerzas de poder, peleas de egos, las más bellas solidaridades, los amores profundos y las amistades genuinas.
La universidad tiene una belleza que se reconoce tarde: no se aprende en el aula. En el salón se entregan los ingredientes; pero, afuera, en los corredores, en la cafetería es donde los seres humanos logran establecer relaciones para el conocimiento. Es en la mezcla de información, dudas, miradas, conversaciones donde los estudiantes hacen propio el saber.
Para los seres humanos que hoy empiezan la travesía en este microcosmos dejo dos claves: la solidaridad y la duda. Aprender con los otros es la posibilidad más cierta para conocerse a sí mismo. El conocimiento no es asunto de individualidades; es colectivo. Y la duda, la reflexión, será la guía para descubrir quién es cada uno, y el otro, en el mundo.
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