Las imágenes de la muchedumbre azuzada por Petro intentando entrar al Palacio de Justicia con banderas del M-19 son escalofriantes, y son un claro intento por parte del presidente de socavar el sistema democrático. La gravedad es absoluta, no hay puntos medios a la hora de fijar una postura frente a esto.

Curiosamente, muchas de las personas que durante décadas hicieron parte de la oposición y que se promocionaban como defensores de la democracia, hoy están del lado del gobierno que la pone en vilo. Aunque criticaban con dureza los ataques de Uribe a las cortes, ahora guardan silencio cómplice, como si su línea ética fuera trazada por lo que hace, o no hace, el expresidente.

Eso sí, pareciera que es directamente proporcional la necesidad que tiene el gobierno de interferir con la justicia con el tamaño de sus escándalos. No es tan difícil de imaginar, es que si Petro prefiere asumir el costo político de mantener a Benedetti en el gobierno es porque el escándalo que el embajador desataría, si habla, haría ver como un diminuto hámster el elefante de Samper.

Podría reclamarle al gobierno que fuera coherente, que no hiciera lo que durante años criticaron y mucho más, pero es claro que intentarán a toda costa salvar su pellejo y no cambiarán. Me intriga la posición que tienen frente a esto esto tantas personas de izquierda y de centro que se precian de demócrata y que, aunque haya sido al final, se terminaron montando al bus de Petro ¿Qué están haciendo para detener esta “explosión controlada”?

La oposición a Petro tiene que arreciarse, pero ese esfuerzo no puede provenir solo de la derecha. Lo mínimo, si de verdad quieren a Colombia, es que en los próximos días más partidos abandonen la cómoda posición de ser bancada de gobierno y se sumen a la tarea de controlar a un tipo inescrupuloso, violento y errático que, como está cada vez más acorralado, es cada vez más peligroso.

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