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“La reina no tardó en llegar a la conclusión de que probablemente lo mejor era conocer a los escritores en las páginas de sus novelas, y más bien como productos de la imaginación del lector, al igual que los personajes de sus libros”.

Alan Bennett, Una lectora nada común.

“El puente de Londres ha caído” es el mensaje que envió el jefe de prensa a la nueva primera ministra de Inglaterra para contarle que la reina Isabel II había muerto. Se acabó su vida a los 96 años, en la cama de su residencia de Escocia acompañada de su familia. Murió siendo la monarca más longeva y del reinado más largo de la historia británica. Hace poco celebró su jubileo setenta. La reina Isabel, ciertamente, fue una mujer de récords y de cifras, que se hacen públicos y cobran fuerza el día de su muerte.

Los periódicos no tardaron en sacar datos: vio a siete papas, quince primeros ministros del Reino Unido —desde Churchill hasta Truss—, diecisiete mundiales de fútbol, trece presidentes de Estados Unidos —Desde Eissenhower hasta Biden—, le dio la vuelta al mundo cuarenta y dos veces sumando todas sus visitas de Estado; conoció a Pelé, a Mandela, a Gorbachov. Vio caer el muro de Berlín y la disolución de la Unión Soviética, reinó durante la Guerra Fría, la de Vietnam y la de Corea, el conflicto de los Balcanes. Muchos acontecimientos para una persona, un panorama impresionante y lleno de cambios como lo fue el siglo XX para una monarca, para una mujer. Ella posiblemente no tuvo mucho que ver con todo esto, pero saber que vivió y su figura monárquica estuvo presente en todos estos eventos le dio un significado particular a su reinado.

La reina no fue una persona corriente. Ella, como personaje histórico, me ha fascinado desde que supe quién era. En el 2020, durante la cuarentena obligatoria por el COVID-19, leí una novela corta titulada Una lectora nada común, del autor inglés Alan Bennett, en la que hace un retrato cómico y disparatado de Isabel II cuando descubre una biblioteca móvil a las afueras de su palacio, y a uno de sus cocineros leyendo, quien se convierte en su librero de confianza, y ella se obsesiona con la lectura.

Aunque el relato es ficticio me llevó a preguntarme asuntos sobre ella que ningún periódico podría contabilizar ni narrar: ¿Será que la reina alguna vez lavó un plato? ¿Además de la corgi, que otra raza de perros le gustaba? ¿Qué pensaba antes de dormir? ¿Cuáles eran sus fantasías más banales? ¿Acaso quiso en algún momento ser una persona común y corriente que caminaba por las calles de Londres como una londinense más? ¿Disfrutó en algún momento de manera genuina de todo lo que poseía? Escribo en pasado porque ella ya no está, aunque su vida seguirá contándose por años.

A una mujer como la reina y a mí nos separa un vasto río. Somos antípodas antropológicas. Ella desde su orilla podía ver a los que no eran ella. Claro, monarca del Reino Unido solo puede ser uno. Y en la otra orilla la observábamos los demás, los que no somos de la realeza ni ostentaremos nunca un título así.

Eso solía pensar hasta hace unas horas. Pues ella ya murió y ahora lo que nos separa es la vida.

Gabriel García Márquez decía que uno tiene tres vidas: la pública, la privada y la secreta. Esta última murió con la reina. Las respuestas a esas preguntas que alguna vez me hice sobre ella y que solo ella podría responder ya no pueden contarse. Seguro habrá biógrafos que narren detalles de su reinado, de sus asuntos familiares, de las polémicas a su alrededor. En unos años saldrán ex empleados de Buckingham a revelar secretos que se convertirán en leyendas urbanas. La misma Reina será un mito. El legado del que todos están hablando hoy se confrontará muchas veces. Existirá siempre quienes la adoren, quienes la odien, quienes la ignoren. Lo que sin duda no ocurrirá es que sea olvidada. 

Nunca habría podido conocerla ni acercarme a ella, pero yo tampoco soy una lectora común, y mi forma de abarcar un poco de lo que ella fue será leyendo. La curiosidad me ha acercado a lo que me inspira y me inquieta. En una mesa de mi casa reposa un libro de gran formato sobre fotografías de Isabel II que, curiosamente, compré hace muy poco, como si de una premonición se tratara. Me recrearé como lo he hecho siempre en la imaginación de los relatos, en la fantasía que es conocer vidas opuestas, realidades lejanas, obsesiones extrañas. La lectura es la soberanía del conocimiento, es una actividad solitaria, pero compartida por miles de personas, y tal vez eso es lo único que tendremos en común personas como ella, y personas como yo.

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