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Bueno, realmente el título es una provocación. Ambas corroen tanto la sociedad, que suena maniqueísta la comparación. Me atrevo a hacerlo, porque sobre el segundo de estos dos flagelos tal vez estemos de acuerdo casi todos y en casi todo. El primero no creo que lo dimensionemos igual, porque subestimamos sus efectos, cinco de los cuales abordo aquí.
Debo decir antes que no creo que en el país existan dos polos ideológicos totalmente opuestos, como le encanta verlo a algunos y promoverlo a otros, que terminan logrando su cometido. No importa si es real o no, es la percepción más generalizada, que se ha impuesto en el imaginario colectivo o en esa nebulosa que llaman opinión pública. Vamos ahora así a sus devastadores efectos.
- La polarización se usa como una cortina de humo para la corrupción. Todos los sindicados de lo segundo se terminan declarando perseguidos políticos, y no pasa solo en el sector público. Hasta medios de comunicación terminan involucrados en tan denigrante espectáculo de ciertas o supuestas vendettas. Una vergüenza en el que pierden o perdemos es los ciudadanos de a pie, que no estamos metidos en ese juego de tronos.
- La polarización se ha vuelto el pan de cada día: al pueblo solo se le brinda circo. Educados para ver el mundo como una película de baqueros, de buenos y malos, nos hemos vuelto adictos al escándalo permanente. “Los buenos somos más” y “son unos pocos los que dañan el país”; “la gente de bien” y “los bandidos”, hacen parte de la narrativa barata y reduccionista de la realidad. Una degradación del discurso y con ello de la sociedad entera. No hay que olvidar que lo que hace a esta no es el conglomerado de sujetos que la integran, sino las relaciones entre ellos, cada vez más fracturadas por esta dicotomía social.
- La polarización nos distrae de los temas esenciales y estructurales, y nos pone a hablar solo de asuntos triviales y coyunturales. La agenda mediática y de redes sociales impuesta por los polarizadores, con sus respectivos bodegueros, solo es eclipsada por las banalidades de la farándula. Cuando un tema serio asoma en la discusión, pronto es desplazado por un nuevo escándalo de corrupción, rápidamente abordado en clave de polarización. Solo unos pocos visitantes del ágora contemporánea mantienen su atención en el tema y la compostura en sus posiciones.
- La polarización le cierra las puertas a liderazgos moderados. Polarizadores y polarizados dicen odiar a sus rivales, pero gozan manteniéndolos, porque de ellos se nutren. Los toleran más que a los que consideran tibios, porque les producen fastidio que no adhieran a sus posiciones dogmáticas, por lo menos de dientes para afuera, porque al final son más laxos de lo que pregonan y terminan siendo “dinámicos” políticamente. Aplican al pie de la letra aquello de que “el que no está conmigo está contra mí”. Pasó en las elecciones presidenciales con candidatos como Fajardo y Alejandro Gaviria, que, aun sabiendo de que no llegarían a segunda vuelta, los atacaban más y con mayor ahínco que a sus enconados rivales.
- La polarización genera desconfianza en las instituciones. Los ciudadanos de a pie terminamos sin saber a quién creerle ni qué creer, empezando por las instituciones que dichas personas representan. Tampoco sabemos finalmente quién está con quién, porque quiénes no están en un polo (real o infundado) terminan siendo finalmente seducidos, cooptados o estigmatizados por alguno de los polos de turno. Expresiones como “todos los políticos son corruptos”, que cada vez tienen más eco, dan cuenta de la desconfianza generalizada. A quienes pregonan tal cosa, les pregunto que si ellos fueran políticos entonces también serían corruptos o, de no ser así, serían los únicos que no lo serían. La única salida que tienen es decir, con cierto tono de soberbia y superioridad moral, “por eso no soy político”, aunque, casi sin excepción, también la alimenta, es decir, desde su lugar y a su modo también es o somos corruptos, como lo abordé en otra columna publicada en este medio y titulada Corruptos somos todos.
La polarización es un fenómeno mundial, propio de una época en la que la mayoría de gobernantes electos prefieren seguir en campaña que gobernar, y en las que el jueguito de crear y fortalecer un enemigo externo suele darles réditos políticos a corto plazo. Pero es innegable que en Colombia, por nuestra historia política, este fenómeno está más acentuado. Con la polarización reinante, la necesaria oposición ha perdido vigencia, porque ya no hay rivales sino enemigos políticos, que se crean, nutren y recrean recíprocamente. ¡Lamentable paradoja!
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/