La plata no crece en los árboles

La plata no crece en los árboles

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«La plata no crece en los árboles» y es más difícil de conseguir de lo que imaginamos. Este fue el comentario que me hizo un conductor de Uber hace unos días. Era un psicólogo, con más de cinco años de experiencia laboral, especialista, graduado de una buena universidad pública, y, sin embargo, se encontraba buscando trabajo, uno que le ofreciera al menos un salario cercano a los 4 millones de pesos. Este comentario no solo revela su realidad personal, sino que es un reflejo de un problema más amplio: la dificultad de acceder a oportunidades laborales dignas, incluso con una sólida formación académica.

Este conductor, pese a su situación incómoda, en la que utiliza las plataformas digitales como un medio de subsistencia y no como un ingreso adicional, no es una excepción, sino parte de un ciudadano promedio con pocas oportunidades laborales, pero con un gran privilegio que no todos en el país poseen: educación y un título universitario.

En nuestro país, la regla parece ser no tener dinero; la excepción es tener las necesidades básicas cubiertas, al punto de ser considerado privilegiado. Hace unos días, la ANIF (Asociación Nacional de Instituciones Financieras) realizó una estimación de la distribución de clases sociales según ingresos, complementada con datos del DANE. Estos datos revelan cuánto deben ser los ingresos mensuales per cápita de una persona en Colombia dependiendo de su clase social.

Los números presentados no sorprenden, pero tienen la capacidad de impactarnos. Son cifras crudas, que muestran que la clase en condición de pobreza constituye el 36% de la población; uno de cada tres colombianos pertenece a la clase que gana menos de 420.676 pesos. La clase vulnerable, que gana entre 420.676 y 781.000 pesos, representa el 29,9% de la población. Juntas, estas dos categorías abarcan más del 50% del país, lo que significa que la mitad de la población colombiana vive en una condición en la que posiblemente no puede satisfacer sus necesidades básicas.

Aunque estas cifras son desgarradoras, especialmente al considerar que muchas familias deben sobrevivir con estos ingresos y sin muchas oportunidades de movilidad generacional, lo que más impacta es que la clase alta en el país comienza a partir de 4,2 millones de pesos.

El salario al que aspira el conductor de Uber, como resultado de sus años de educación y esfuerzo, está cerca de ser considerado un salario de una persona de clase alta. Y aunque desearía decir lo contrario, desafortunadamente, así es.

Sin embargo, la pobreza y la riqueza son conceptos relativos, que dependen de con quién se comparen. Es similar a las calificaciones: si la nota más alta fue un 3 en una escala de 1 a 5, sacar un 2,3 no parece tan mal, pero cuando se compara con una nota perfecta de 5, queda muy por debajo de la realidad.

Lo mismo sucede con la riqueza: no es que sea fácil ser rico, sino que es demasiado sencillo ser pobre. En un país en vías de desarrollo, que busca seguir los pasos de las principales naciones de la OCDE, donde sus ciudades más importantes aspiran a ser desarrolladas, las periferias están muy lejos de esa realidad.

Aunque una tercera parte de la población se considera clase media, es posible estar en esa categoría sin siquiera ganar un salario mínimo. La informalidad, las barreras para la contratación formal, las dificultades para acceder a condiciones favorables para los empleadores, y las limitaciones sociales para acceder a una educación de calidad y obtener salarios adecuadamente remunerados, son las causas de que una gran parte de la población pueda ser considerada clase media sin cumplir con los estándares económicos que se asocian a esta categoría.

En definitiva, la economía del país está marcada por una realidad en la que el acceso a una educación de calidad y la obtención de un título universitario no garantizan una vida digna o el ingreso a la clase media. En lugar de abrir puertas, muchas veces solo ofrecen un breve respiro en un sistema que perpetúa la desigualdad y limita las oportunidades. La aspiración de un salario que permita cubrir las necesidades básicas se ha vuelto un privilegio, y la lucha por la subsistencia es la regla. Como sociedad, debemos cuestionarnos cómo llegamos a este punto y qué acciones podemos tomar para construir un futuro donde la frase «la plata no crece en los árboles» deje de ser un recordatorio de la desesperanza y se convierta en un impulso para el cambio estructural que necesitamos.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/carolina-arrieta/

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