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Mario Duque

La pelota no se mancha

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Fue Diego Maradona, en un rapto de inspiración deportiva, política y hasta filosófica, quien lo dijo: la pelota no se mancha.

El astro —Ícaro como pocos en la historia del fútbol repleta de héroes desgraciados— zanjaba así el asunto sobre sí mismo dentro y fuera de las canchas: dios allí, apenas un triste humano acá.

Nada tan polémico como las instituciones que rigen el fútbol, nada tan maléfico como el negocio de la pelota; nada tan sublime como el juego. Lo saben de sobra Camus y Galeano y Soriano y Sacheri y Handke y otro montón de autores que encontraron en el fútbol inspiración y gozo.

Y nada tan útil como el fútbol para lavar caras.

Lo sabe también de sobra Jorge Rafael Videla, el dictador argentino que encontró en el Mundial de 1978 un paliativo con el cual distraer a la opinión pública mientras reprimía a los suyos. Cuando lo inauguró, en un acto de cinismo de esos que les salen tan bien a los dictadores, lo llamó el “Mundial de la Paz”.

A menos de un kilómetro de donde se jugó la final que Argentina le ganó a Holanda se ahogaban las voces de los detenidos. Algunos de ellos engrosan la lista de desaparecidos por aquel régimen militar.

Lo sabía Augusto Pinochet, que recién bombardeada La Moneda, mandó a la selección chilena a Moscú para disputar un partido clasificatorio al mundial de Alemania 1974. 

También lo entendió Vladimir Putin, cuando logró que se hiciera en su territorio el mundial de 2018. La cita futbolística le sirvió para vender la mejor cara de su país: el viejo imperio por aquel entonces ya había demostrado su espíritu expansionista invadiendo Crimea. Quienes pensaron que el Mundial podría representar un punto de inflexión para las políticas rusas, que repase lo que ha ocurrido desde el 24 de febrero del año en curso.

Hay ejemplos en lo local, también. Mientras el Palacio de Justicia ardía, se cortó la transmisión de los noticieros para emitir el partido entre Millonarios y Unión Magdalena que inició puntual a las 8:30 p.m., como estaba planeado. El asunto de guerrilleros, policías y militares combatiendo entre llamas no trastocó el horario del fútbol. El fantasma de aquella decisión aún persigue a la entonces ministra de Comunicaciones, Noemí Sanín.

Tampoco dejó de jugarse el partido de las eliminatorias a Italia 90 entre Colombia y Ecuador solo dos días después del magnicidio de Luis Carlos Galán.

No será distinto con Catar 2022. El régimen catarí ha sido acusado desde varias organizaciones por la constante violación de los derechos humanos. Catar, el mundial de la vergüenza, se titula un informe de Amnistía Internacional en el que denuncia el modelo esclavista del que se valieron para construir algunos de los estadios. Se estima que más de 6.500 personas fallecieron en el proceso de crear los escenarios que maravillarán al mundo cuando los veamos en las transmisiones de televisión.

Catar es, además, uno de los 70 países en el mundo donde están criminalizadas las relaciones sexuales entre personas del mismo género —aunque sospecho que habrá quien esté de acuerdo con ello en este pedazo de tierra que llamamos Colombia—.

Que hacer el Mundial de Fútbol en Catar es un error, dijo hace nada el exdirigente deportivo y acusado de corrupción Joseph Blatter. Pero parece hablar de otras cosas: “Es un país demasiado pequeño. El fútbol y la Copa del Mundo son demasiado grandes para eso”, fue lo que le dijo al periódico suizo Tages Anzeiger.

El mundo hoy es otro distinto al de 1978 e incluso al de 2018. A los jugadores se les pregunta sobre los derechos humanos en Catar y algunas marcas han tomado decisiones estéticas sobre las camisetas de las selecciones que quieren presentar como si fueran enérgicas protestas.

Aunque también es cierto que, a la hora de tolerar tiranías, las millonarias juegan con ventaja.

Vi ya un par de informes de algún canal de televisión nacional que envió ya a todo su equipo de reporteros a cubrir el Mundial, contar las bellezas de aquel país, que sin duda las tendrá, pero aquello de los derechos humanos seguro lo dejaron para una sección menos vista.

Ellos también lo saben o lo aplican: al final de la jornada, la pelota no se mancha, pero sería bueno que, de vez en vez, se detuviera.

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