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La paradoja que vivimos

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Se ha hecho tan evidente lo que está y ha estado mal, que cada persona parece ser más consciente de la importancia de lo colectivo. Estamos todos más pendientes de indicadores y realidades que antes pasaban desapercibidas o que se camuflaban en una infinidad de ruido que desconcentra y anestesia.

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La cantidad de cosas que están pasando en Medellín, Antioquia y Colombia crean un escenario particular en el que un pequeño acto, una pequeña noticia, puede cambiar rápidamente el pesimismo, que parece agobiarnos, por una fuerza colectiva poderosa que de paso a nuevos años de crecimiento social. Entre la post pandemia, la incertidumbre de la presidencia de Petro, el desastre de la alcaldía de Quintero, la inflación, los fantasmas de una recesión, la realidad incontestable de que ya no basta vernos como éramos hace algunos años, el cambio evidente en la vocación económica de la ciudad y otras cosas más, plantean el ambiente propicio para que pasemos de la desesperanza a la construcción.

Se ha hecho tan evidente lo que está y ha estado mal, que cada persona parece ser más consciente de la importancia de lo colectivo. Estamos todos más pendientes de indicadores y realidades que antes pasaban desapercibidas o que se camuflaban en una infinidad de ruido que desconcentra y anestesia.

Una de esas realidades que desde hace días me da vueltas en la cabeza es el hambre. La Fundación Éxito nos presentó en Liderario algunas cifras dramáticas:

  • 42% aumentaron las muertes de menores de 5 años entre 2021 y 2022 según el Instituto Nacional de Salud. En los primeros dos meses del 2023 hubo 149 muertes, mientras que en ese mismo periodo del 2022 fueron 50.
  • A inicio de la pandemia el 88% de los hogares tenían las 3 comidas (grave), en noviembre de 2022 esa cifra fue tan solo del 72,9%. En Medellín es el 72,4%, en Sincelejo el 44,5% y en Cartagena el infame 36,9%. Hambre.
  • En Antioquia subregiones como Urabá y Bajo Cauca tienen el 86% y el 87,6% de su población en inseguridad alimentaria.
  • Sabemos que la desnutrición infantil es una condena para el resto de la vida. Si se baja 1% la tasa de desnutrición, con el tiempo se reduce en 4% la tasa de pobreza. Por cada dólar invertido en nutrición infantil el retorno es de 16 dólares porque aumenta la capacidad cognitiva, aumentando la competitividad y el capital humano.

Pongo este el ejemplo del hambre por lo dramático, pero también por lo urgente, porque motiva la acción de muchas personas que intentan mejorar la situación. No pretendo generar pesimismo sino por el contrario resaltar el hecho de que ahora más personas estamos pendientes de cosas que antes se quedaban en un pequeño círculo de dolientes. En Medellín, en la medida en que han crecido las sombras y las preocupaciones por los temas ya señalados, crece también la conciencia de que la solución de los problemas requiere unos acuerdos mínimos sobre el rumbo que debe seguir la ciudad para buscar el bien común, el perfil y conocimiento que deben tener los funcionarios públicos y los límites éticos que no estamos dispuestos a romper. Debemos, y podemos, leernos descarnadamente para que los próximos gobiernos se enfoquen en lo urgente y lo importante.

Es paradójico que los momentos más oscuros sean también los de mayores posibilidades. Vendrán pequeños actos que irán levantando la moral de la región y permitirán que nos hagamos las preguntas adecuadas para que desde ahí enfoquemos las soluciones más allá de la política electoral. Creo que la situación hostil que está enfrentando el GEA y la respuesta colectiva han dado un empujón a esa moral porque han reforzado el orgullo antioqueño. Es tarea de nuestros líderes que eso no se quede en un regionalismo anacrónico sino que se convierta en el principio de unas reflexiones necesarias, entre otras, sobre el fortalecimiento de las empresas, su papel en la sociedad y el respeto por las reglas del juego.

Nos toca apelar a la capacidad colectiva y creer que es posible.

Otros escritos por este autor: https://noapto.co/esteban-mesa/

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