La novedad hace parte de cada nacimiento, de cada ser vivo que llega a este planeta.

Ese ciclo continuo de nuevos seres mantiene la vitalidad en el mundo. Permite una renovación permanente. Un nuevo aire.

La vida tiene una hermosa capacidad de estar entregando todo lo que construye a los que siguen. Nada es para uno, todo es para todos.

En los seres humanos, esta renovación es particular. Pues no solo es agregar números. Es agregar mentes, corazones, individuos. Cada uno guarda en sí mismo un potencial absurdo. Un potencial que no se basa en resultados extraordinarios. Todo lo contrario, se basa en saber asumir su papel ordinario y común, desde su propia experiencia única.

Las juventudes han tenido papeles importantes en las grandes revoluciones y transformaciones de la humanidad. Esa mirada nueva ayuda a despegar y destrabar.

Esta novedad también trae riesgos. Los jóvenes siempre tenemos múltiples inquietudes y preguntas. Ahora, con tanto acceso a información y posibilidades, eso se multiplica exponencialmente. Peor aún en una época en la que la identidad propia está tan perdida y tan alienada.

Por eso los jóvenes tenemos un valor tan profundo en lo que es y va a ser el mundo: recibimos lo que nos dejan nuestros padres, para entregarle a las personas que vendrán. Somos portadores. Somos representantes. Somos responsables.

Y como todo lo bueno en la vida, se comienza desde lo más pequeño y lo más interno. Cada persona es responsable de sí misma, de revitalizarse y vivir su máximo potencial. Desde ahí, el cambio y la transformación de todos se da por añadidura.

Como joven siento el peso de un estado del mundo que yo no causé, pero del que hago parte. Soy responsable.

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