Tipos de contenido

Buscar
Cerrar este cuadro de búsqueda.

La historia de Prada

Te podría interesar

Elige el color del texto

Elige el color del texto

Escuchar artículo
PDF

Prada es una perra de raza Bull Dog Francés con un año de edad. Llegó a nuestra casa hace alrededor de 12 días. Venía de un criadero del norte del Valle de Aburrá, donde estos lugares abundan entre Copacabana, Girardota y Barbosa. 

Los criaderos son lugares para la explotación sexual y comercial de perros y perras destinadas a parir crías para la venta que se comercializan a nivel local, nacional e internacional, por sumas exageradas, pues existen personas que pueden pagar entre 2.000.000 millones a 6.000.000 millones por ellas. En estos lugares de explotación las condiciones de vida de dichos animalitos son precarias. Prada, cuando fue rescatada, vivía en una jaula de cemento de menos de un metro de ancho, allí comía y hacía todas sus necesidades.

Cuando ella llegó a nuestra casa, sólo temblaba, parecía que el nivel de abuso que vivía le generó temor al relacionamiento con otros humanos, llegó con sarro en sus dientes al no tener nunca un aseo bucal, también su cuerpo está lleno de hongos, ácaros y maltrato en la piel, posiblemente, por pasar la mayoría de su tiempo en dicha jaula, conviviendo con sus propias heces y tal vez, alimentándose de ellas, como les pasa a otros perritos.

Prada llegó pesando 6 kilos, muy bajo para lo que debería ser su peso ideal; se le notan sus costillas y se le ve poco músculo. Cuando llegó, cualquier alimento que se le daba lo comía tan rápido, que terminaba ahogándose. Sumado a su desnutrición y poco peso, le colgaban en su piel, además de una gran cicatriz de una cesárea, unas tetas pronunciadas, debido a una lactancia prolongada en esas condiciones.

Esta fue la razón por la que Prada fue desechada de su criadero; era un instrumento para la reproducción, pero no cumplió con los estándares. Según lo que nos contó quien la rescató, en su primer año de vida solo parió dos perritas más; entonces no servía para sus fines de explotación. Es por este motivo que la dejaron libre. Por esta razón, quise escribir su historia.

Yo nunca había tenido mascotas; mi relación con los animales ha sido amorosamente distante. Sin embargo, por casualidades de la vida, cuando vi a Prada en una foto mientras le buscaban familia, sentí una profunda dignidad en ella: verla en sus huesos, pero de pie, mirando fijamente, como la primera impresión, me enamoró; tal vez nos eligió, dicen otras cosmovisiones. No obstante, cuando supe su historia y su motivo, se me salieron las lágrimas; pude sentir empatía ante su condición, porque infortunadamente en el trabajo con mujeres también vemos día a día la relación que tiene nuestro cuerpo con la explotación sexual y comercial.

Sentí un profundo dolor feminista multiespecie, no sé si esto exista, pero lo sentí. Recordé las historias de las mujeres víctimas de trata de personas en otros continentes e, incluso, en nuestro país; recordé la gran polémica que hoy vivimos en la ciudad con la agudización de la explotación sexual, la prostitución y el trabajo sexual en Medellín; el debate internacional sobre el alquiler de vientres, que no es más que el pago por la gestación en otro cuerpo, práctica que la viven las mujeres empobrecidas y migrantes en otros lado del mundo, y que la pagan familias privilegiadas y adineradas.

También se me hizo inevitable pensar en los múltiples debates sobre la reproducción y el cuerpo femenino; cómo nuestro cuerpo ha sido históricamente el botín, el producto para la guerra, el primer objeto privatizado y cosificado para el sostenimiento de esta especie. El objeto para la satisfacción sexual de otro que se atreve a pasar por encima de nuestros derechos y libertades.

No sé si estamos dimensionando lo que significa la palabra explotación, que es la misma práctica colonial de esclavitud. Debates que no están del todo distantes con la disputa por el derecho a elegir sobre nuestro cuerpo. Por ende, la lucha por la posibilidad de abortar, de planificar, en fin, por los derechos sexuales y reproductivos.

Por eso, me cuestan tanto los discursos que avalan la explotación sexual y buscan que este sea regulada, solo porque consideran que luchar por un mundo con justicia social es demasiado difícil. Me inquieta cuando manifestamos que existe posibilidad de elegir de algunas mujeres para vivir de dicha práctica sexual, sin cuestionar el sistema que nos sigue diciendo que nuestros cuerpos son solo objetos para la venta sexual o la reproducción.

Pienso en Prada, pienso en su vida, pienso en las leyes que deberían eliminar estos criaderos, que son otra muestra más de la cosificación de los cuerpos de las hembras para la generación del capital a partir de la reproducción. Invito no solo a no caer en estos sistemas económicos, no comprando animalitos que vengan en estas condiciones, sino también a pensar hasta cuándo vamos a permitir la explotación sexual con fines comerciales, hasta cuándo vamos a seguir legitimando que nuestros cuerpos son solo para la reproducción y la satisfacción sexual a costa de nuestras propias vidas.

No pretendo con esta columna “humanizar” la situación de Prada, aunque para decir verdad, no sé qué significa ello, pues para quienes tienen mascotas siempre se les dice que no los pueden humanizar y que su trato debe ser diferenciado; en esta nueva etapa de mi vida como cuidadora perruna iré entendiendo esto qué significa, pero sin duda es necesario generar una reflexión sobre estas prácticas y poder dimensionar que el sistema patriarcal, colonial y capitalista sigue cosificando nuestros cuerpos de manera multiespecie.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/

4.1/5 - (14 votos)

Te podría interesar