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Juana Botero

La espada de Bolívar regresó

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Somos nuestros símbolos. Siempre ha sido así. Desde las primeras pinturas indígenas hemos representado sobre piedra, aquello que queremos que se recuerde, aquello a lo que tememos, lo que glorificamos, lo que adoramos y lo que esperamos que otros vean. Es nuestra manera de inmortalizar culturas y posturas éticas de la vida;  porque las palabras se las lleva el viento, pero los símbolos se sostienen aun en los huracanes, son inmunes al tiempo.

Por eso no es menor cuando alguien muestra públicamente un objeto, amuleto o bandera, especialmente si lo hace en rituales de paso que marcan transiciones. Ahí esos símbolos  hablan con fuerza, logran decir todo de la persona que los elige. Colgarse un crucifijo en el cuello, llevar una pulsera con la bandera LQTBIQ+, llevar un bindi, tatuarse el ojo de Orus o llevar incluso la marca de una prenda de vestir expuesta; es un acto político, profundo y espiritual que tiene la idea de inmortalizarse en la historia.

Ayer se paseó por la plaza más importante del país, la espada de Bolívar, el símbolo del libertador. El recién posesionado presidente, eligió como primeras palabras de mandatario, solicitar que se detuviera el acto patriótico de posesión hasta que no se le llevara a su lado, para hacerle compañía, la dichosa espada; un arma por cierto por si no lo habíamos percatado. Ese fue el símbolo que eligió el recién electo presidente, en este, nuestro ritual de paso constitucional.

Pareciera paradójico que quien gritó a los cuatro vientos, La Paz Grande, seleccionara como símbolo, entre tantos posibles,  una espada, para representar la esperanza.  Justo aquello que ha sido durante los últimos doscientos años la herramienta para solucionar nuestros conflictos y que ha derramado mares de sangre. Poco importó que estuviera al frente de una de las consignas más importantes de Santander, que se alza en las paredes del Palacio de Justicia que reza: “Las armas os han dado independencia, las leyes os darán libertad”.

El símbolo ES nuestra constitución y no las armas, esas nos la han robado. Las armas no la custodian sino que la apuñalan.

Ni en este gobierno ni en ninguno, se debería celebrar nunca más con un símbolo bélico en el medio; hace que las palabras de amor que se pronuncian, pierdan fuerza.

Tampoco está bien que se disparen cañones para celebrar la democracia, ni siquiera si sale humo de colores de ellos, ya suficiente pólvora hemos tenido que escuchar y el día del cambio debería empezar a ser a cambiar eso. No parece de este siglo progresista, avanzado y tecnológico, que se paren dos soldados incomodos como si fueran de plomo a cuidar una espada. Tampoco es de este siglo que la mayor parte de la transmisión se encuadrara a 4 hombres, los cuatro militares, incluyendo al nuevo comandante en jefe.

¿No será momento de elegir nuevos símbolos? Que cuando se hable de amor, se represente con objetos que no lo anulen; que cuando se diga paz, no aparezcan las armas; que cuando se diga diversidad, no lo hagamos sobre atriles patriarcas.

Yo confío en que todo va a estar mejor porque las mujeres lograron incorporar, todavía sutilmente, otros símbolos. Mientras los objetos fálicos libertadores se exponían en ataúdes de vidrio, hubo otras representaciones tremendamente poderosos este 7 de agosto. Francia hizo mención a sus ancestras y ancestros antes que a Dios, al pueblo y a la ley; eligió honrar primero a quienes le dieron a luz.  También fue una imagen potente ver contra la barandas que contienen multitudes en la plaza, a mujeres y hombres negros; vendedores ambulantes, niñas y niños, que se asomaban con ojos de esperanza. No pasó por alto tampoco que se saludara primero a los cuidadores de la Casa de Nariño que al saliente presidente y su familia.

Y por supuesto, como las palabras no son menos importantes, estas hicieron especial eco: “hasta que la dignidad se haga costumbre”.

Espero que esta sea la última posesión donde el lenguaje simbólico de la guerra acompañé los discursos de libertad. Que sea la última vez que los soldados tengan que ser los guardianes de nuestra bandera, espero ver una posesión donde la cuiden ciudadanos comunes. Donde sea posible romper la filas porque no estemos en guardia. Donde defendernos no sea un verbo que se use en los discursos  y se reemplace por cuidado. Espero ver una representación fotográfica distinta a la de un presidente alzando un una mano empuñada.

Creo que este puede ser el inicio de eso. Pero necesitamos nuevos símbolos. Requerimos modificar nuestros sistemas de asociaciones entre palabras y objetos. Es hora de que soltemos una herencia militar, independentista y libertadora. No hay que estar viéndonos todo el tiempo como el pueblo que entre cadenas gime. Somos más que eso y si no lo representamos en nuestros símbolos patrios, será siempre un simple discurso que no se ha hecho siquiera imagen la cabeza de los colombianos, mucho menos se hará carne.

Ojalá dejemos de luchar por los derechos y empecemos a garantizarlos. Ojalá cuando oigamos la palabra “pueblo” nos sintamos aludidos y no sea una referencia solo a una parte del país.

Vamos hacia allá y aunque percibo que no será un camino cómodo ni silencioso; si será uno transformador. Que para verlo funcionar, todos debemos aportar en él. Nunca antes fue tan importante la participación de todas y todos en un nuevo cambio de paradigma, porque quienes se ausenten de participar en él, nos quitaran la posibilidad de aprender de ellos y perderán la oportunidad de ser sujetos activos del rumbo del país.

Este gobierno nos da el chance para crear, por los siguientes cuatro años , un símbolo  que reemplace esa espada que hoy tanto ruido hizo. Espero que podamos construir un país que pueda ser representado por alguno de sus frutos o por colores infinitos de diversidad o por el agua abundante de nuestros ríos y mares; o por una mola, un turbante o un tambor. Para que en la siguiente posesión, si se vuelve a detener por falta de un símbolo, sea por uno que se parezca a la mayoría de los colombianos, que definitivamente, no empuñamos armas. 

Ni por el fin más noble, las armas dejan de ser armas.

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