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La desesperanza como instrumento político

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Durante los últimos días ha sido complejo escribir una columna de opinión ante lo que sucede en mi vida, en la ciudad y en el país; paradójicamente, me he sentido sin palabras para manifestar aquel torbellino emocional que me ha HABITADO en los últimos meses. Nuestra educación emocional es limitada, ocasionando que a veces no tengamos muy claro las herramientas para tramitar las emociones y caminar con ellas.

Esta sensación me hizo recordar cuando mataron a Lucho hace 5 años, un amigo y chico del barrio que mantuvo relaciones con las estructuras criminales de la zona y esto le costó su vida. Cuando Lucho llegó a los procesos barriales y comunitarios, se acercó a los grupos juveniles que teníamos en la JAC, nos llamábamos Movimiento Tierra en Resistencia y buscábamos promover el arte, la acción comunitaria, los derechos humanos y una reflexión sobre la vida popular. Recuerdo que para él todo era nuevo, así que, luego de una conversación crítica, una obra de teatro comunitaria, un concierto o un parche en el Parque Juanes, él se levantaba aplaudiendo, exclamando afirmaciones de asombro y gritando con mucha felicidad sobre lo nuevo que estaba viviendo. Personalmente me encantaba su expresión, me parecía increíble su capacidad de encantamiento, me llenaba de esperanza.

En septiembre del año 2017 fue asesinado. Al otro día de confirmar su muerte, nos reunimos los grupos juveniles para hacer un ritual en la cuadra donde murió, misma cuadra donde vivía junto a su madre. Recuerdo que llamamos a entidades públicas para su acompañamiento y la respuesta fue negativa por ser un “Mondonguero”, es decir, un joven vinculado con estructuras criminales, lo cual pesaba más que su propia ciudadanía.

En ese mes yo había acompañado la muerte de varios jóvenes de la comuna por diferentes sucesos y también un evento doloroso que vivimos en un concierto en el cementerio San Lorenzo donde estábamos buscando conmemorar la vida. Durante estos episodios tan difíciles, mi único pensamiento fue que no había esperanza, reconocer que nada iba a cambiar, que por más que hiciéramos acciones para honrar la vida, nos asesinaban; por más que hiciéramos procesos comunitarios, el clientelismo y la corrupción era más grande, por más que promoviéramos una vida libre de violencias para las mujeres, nos violaban y acosaban, y peor, por más que nos moviéramos en lo público, este sector nunca iba a reconocer las dinámicas de empobrecimiento.

En medio de estas sensaciones, con el corazón quebrantado por sentir el peso de esta ciudad en mis hombros, decidí tatuarme la palabra esperanza en mi brazo rodeado de un electrocardiograma, simulando un corazón agonizante. Quería algo que me recordara que la esperanza no era un acto de euforia positiva, un acto cargado de ingenuidad en creer que todo va a estar bien y considerar ciegamente que el futuro sería mejor.

Con dicho tatuaje, quise inmortalizar que la esperanza era un acto de resistencia, una decisión y acción política que te levanta cuando estas agonizando, que te recuerda los matices de las acciones, te hace perder la ingenuidad porque no te esconde la cruda realidad, pero se convierte en abrazo, al recordarte que las posibilidades se van construyendo con las condiciones dadas.

Les cuento esta historia, porque en los últimos días con todos los escándalos del gobierno de Gustavo Petro, la situación de Medellín, de las mujeres, de las infancias, etc., recordé la muerte de Lucho, lo que quería hacerme creer aquella situación.

Ese acontecimiento, como muchos, nos quieren hacer creer que nada va a cambiar, que todo es igual, que todas las personas están en el mismo costal, que los modus operandi siempre serán los mismos. Esta sensación de resignación, de brazos caídos, es la desesperanza como instrumento político. Por ello, tenemos que ser más avilés políticamente, para no engancharnos en emociones impuestas que apaguen el espíritu.

Por eso hoy, ante un contexto cargado de egos, canibalismo visceral que nos invita a creer que nada es posible y nada sirve, hay que levantar y ubicar la mirada en aquello que nos genere esperanza. Esto puede estar más cerca, más abajo, más ligado al corazón, tal vez pueden ser otras instituciones, colectividades, parques y estamentos. Para que las estructuras hegemónicas no nos digan dónde y con quién está nuestra esperanza.

Silvia Federici en el Calibran y la Bruja, manifestaba que el mundo tuvo que ser desencantado para poder ser dominado, leamos bien, desencantado, esto significa quitarle la magia, arrebatarle el asombro, anular cualquier posibilidad de deseo, de mística, de esperanza.

Pocas veces hablamos del derecho a soñar como un derecho arrebatado en estos tiempos. Por esta razón, escribo hoy, para recordar a Lucho y su capacidad de encantarse con las acciones más sencillas, para recordar los momentos de la vida social agonizante, donde la resistencia y le re-existencia comienza a tener otros sentidos.

La desesperanza también es un golpe a la democracia.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/

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