La cultura tóxica de los economistas

La cultura tóxica de los economistas

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No estoy ni cerca de ser un buen economista. Pero quizás ha sido mi limitado y siempre interdisciplinario contacto con la economía lo que me ha ayudado a distinguir algunas características extrañas de la gente que habita este mundo de ideas. Además, cuando digo que soy economista es una mentira con ganas de ser verdad. Viene de una convención divertida que tenemos en la academia colombiana; una que es algo arcaica, en mi opinión.

En Colombia no nos ‘graduamos de economía, administración o ingeniería’: somos ‘economistas, administradores o ingenieros’ Yo que me gradué de un programa extranjero y, por tanto, ajeno por accidente a esta convención colombiana (pues si lo siguiera sería un psicólogo, abogado, politólogo y economista, algo que es otra mentira que me encantaría que fuera verdad), sufro todos los días cuando me preguntan: ¿vos qué estudiaste?

Pero al conocer unos economistas de carrera, que se dedican a flotar alrededor de ese mundo de los números, con sus largas y exactas teorías, con sus suposiciones absolutas sobre la utilidad y la naturaleza humana, uno se da cuenta de que juntar la capacidad analítica de un físico o un estadístico con la curiosidad de un humanista, tiene algunas consecuencias graves. La peor, quizás, es la búsqueda por certidumbre de la matemática en el mundo complejo y gris de los humanos. Esta es una paradoja tan jodida que muchas veces lleva a que los economistas se junten a pensar en círculos cerrados donde no tienen que enfrentar el mundo miedoso e incierto de afuera. El que precisamente quieren estudiar. Hablo, obviamente, de un círculo de economistas que no encapsula la mayoría de aquellos que quisimos meterle matemáticas al estudio del comportamiento humano. Pero este círculo tóxico de economistas radicales, manifestado en foros como el Economics Job Market Rumors (EJMR) tiene comportamientos preocupantes para todos los que estamos interesados en este mundo.

Primero, existe una convicción profunda en la mayoría de los economistas, que ellos son lo mejor que ha producido las ciencias sociales. Un largo estudio de Fourcade et al. muestra las muchas maneras que los economistas se han aislado del resto de las ciencias sociales. La primera razón, la más obvia, es la manera en que los métodos de estudio (todos cuantitativos) de los economistas discrepan de la manera de estudiar el mundo de sus ciencias hermanas. La segunda, quizás menos obvia, es la creencia de muchos economistas de que la interdisciplinaridad no es útil para entender el mundo; algo que la psicología, la ciencia política y sobre todo la sociología ostenta como una necesidad. Esta superioridad ha revelado la insularidad de los economistas en la ausencia de citaciones interdisciplinarias en las 25 revistas académicas más importantes de la economía. Esto, en contraste a la mucha más alta tasa de citas interdisciplinarias en las más importantes revistas de ciencia política y sociología.

Esta insularidad ha llevado a que se creen dinámicas toxicas entre los mismos economistas. En el ámbito se ha creado una fuerte jerarquía, casi un culto, que gira alrededor de las cinco grandes revistas de economía: American Economic Review, Econometrica, Journal of Political Economy, Quarterly Journal of Economics, y Review of Economic Studies. Publicar una investigación en una de estas cinco revistas define, para muchos economistas, si lograrán conseguir trabajo como profesores titulares o si tendrán que buscar empleo fuera del ámbito académico. Esta pesada importancia ha llegado al punto que en EJMR hay categorizaciones infantiles entre tres tipos de economistas, y no, estos nombres no son inventados: los monos de bajo rango, los monos de medio rango y los monos de alto rango. Tu categoría depende de dos cosas: la universidad en la que trabajas y las revistas en las que publicas. Lo más divertido cuando leo los comentarios inverosímiles en estos foros, es que estas son las mismas personas que después promulgan, con la mayor seguridad científica y académica, que saben cómo se comportan los seres humanos. 

Quizás es por eso por lo que no confío mucho en los economistas de carrera. Los que han cerrado todas las puertas a los mundos de otras disciplinas. A los que solo creen que la verdad se puede ver reflejada en grados de certeza o regresiones estadísticamente significativas. Creo profundamente que la economía nos ha regalado modelos mentales con los que podemos analizar el mundo, el mercado y la complejidad de los humanos. Pero creo, aún más, que nunca podrá regalarnos suposiciones universales sobre cómo nos comportamos. Es más, solo logrará acercarse si se atreve a usar el tono matiz de muchas de las otras ciencias sociales.

Algo que me enseñó el radicalismo científico de la academia (y sobre todo la economía) es que no es la única ni siempre la mejor manera de entender el mundo. La intuición, inexacta y muchas veces instintiva, probablemente será mejor para responder la mayoría de las cuestiones del día a día. Una que sí puede ser mejorada a través de horas analizando problemas académicos, profundizando modelos económicos, o leyendo publicaciones humanistas que analizan nuestra relación con el poder y los otros seres humanos; pero una que yace en lo profundo del alma y rechaza la exactitud econométrica.

Mejor dicho, porque estoy cayendo en la misma manera de hablar aburrida y complicada de los economistas: hablar mierda también sirve, y bastante. Y eso puede ayudar al mundo, y bastante. Y no todo tiene que ser exacto, porque nada en el mundo humano es exacto. Entonces para mí, que creo que seguiré leyendo, criticando, sorprendiéndome y disfrutando de la economía, de sus aciertos, de sus paradojas, y de sus complejidades, como en casi todas las posturas que tengo en la vida, me tocará ser tibio. Un economista tibio, que dibuja sus modelos con exactitud matemática, pero que entenderá que esos números nos podrán contar algo sobre nosotros mismos, pero nunca la verdad absoluta.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/juan-felipe-gaviria/

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