La cubana

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La cubana nació en Santiago, “tierra soberana”, en 1944 y pasó sus primeros años en una finca azucarera. Su padre también era santiagueño, de ascendentes catalanes, y su madre era yarumaleña, de los Eusse del Beato Marianito. Tremendo casao, como tremenda también fue ella.

De su padre, la cubana heredó el amor por la naturaleza, el rigor y la disciplina de un científico y la inteligencia espacial. De su madre le quedaron la tenacidad, el arrojo, el olfato comercial y político, un refinado sentido de la estética y una honestidad inflexible y, para muchos, incómoda. 

Muy pequeña se trasladó a La Habana en donde estudió en un colegio de monjas dominicas francesas. “Ilustradas y estrictas”, solía decir cuando recordaba sus años de uniforme impecable y disciplina estudiantil. 

Estos años también fueron de gran agitación en la isla con el retorno de Fulgencio Batista al poder vía golpe de estado en 1952, el ataque al cuartel Moncada el 26 de julio de 1953 y, finalmente, la brutal represión a estudiantes desencadenada por el dictador.  En la familia se discutía de política y la cubana recordaba, especialmente, el impacto que causó el asesinato de líderes estudiantiles y los fusilamientos públicos efectuados por las fuerzas de seguridad de Batista como advertencia y escarmiento. 

La familia no se quedó en la indignación y el miedo y la cubana nos contó cómo con 13 años practicaba el tejido a máquina -que había aprendido en el colegio con las monjas- confeccionando banderas rojinegras del Movimiento 26 de julio. En el 2007 caminando por el Museo de la Revolución en La Habana nos encontramos con decenas de estas banderas y, obviamente, especulamos sobre cuáles pudieron pasar por sus manos. Las propiedades rurales de la familia también sirvieron de caletas para armamento y pertrechos de guerra, y los camiones cañeros para transportarlas a las zonas de combate. La revolución armada arrancó con el desembarco del Granma en Oriente, pero miles de familias de las ciudades, convencidas de la necesidad de un cambio y aterradas por la violencia y corrupción del gobierno Batista, acompañaron el esfuerzo revolucionario como redes de apoyo en logística y comunicación. 

Con el triunfo de la revolución el primero de enero de 1959, Castro nombra al padre de la cubana, Narciso, como Jefe Nacional de Parques y Arbolados en el gobierno de transición. La relación cercana, no obstante, empieza a vinagrarse muy rápido cuando el Che -quien para la época ya era un comunista convencido (Fidel no lo era)- empezó a perseguir al meteorólogo-paisajista por sus convicciones religiosas y su ideología liberal. 

La mamá de la cubana, que le hablaba a Fidel directo y sin esguinces, intuyó muy rápidamente para dónde iba la revolución y sacó a sus hijas en el año 59. En febrero de 1960, después de haber sido anfitriona de la reunión sostenida entre Fidel y el diplomático soviético Anastás Mikoyán en el Centro Turístico Guamá en la Laguna del Tesoro (diseñado por el padre de la cubana), doña Lola increpa al comandante:

– “Te vas a volver comunista y yo me largo de acá con mi esposo”.

– “Colombiana, tú eres capaz”- le contestó él entre sorprendido y resignado.

Meses más tarde y con una estrategia de engaño, cumpliría su promesa. 

 La cubana llega a Medellín de 15 años y muy rápidamente conoce a quien será su esposo y compañero de vida durante los próximos 64 años. En equipo construyen un hogar, crían dos hijas y crean empresa.

Pero la cubana tenía una herida grande por la patria que había dejado atrás y a finales de los años 80 y principios de los 90, mientras la ciudad se desgarra entre masacres y secuestros, la cubana publica una columna en un periódico local invitando a los ciudadanos a vencer el miedo y a quedarse para enfrentar la amenaza y reconstruir el tejido.  Sabía lo que era perder una patria y no estaba preparada para perder otra.

La cubana, que ya era muy de acá -aunque nunca se hubiera ido del todo de allá-, fue mi suegra y mi amiga. Tenía una especial forma de expresar y compartir el amor que era tan auténtica como exigente y su compromiso con la verdad era de hierro. 

En ella se fusionaban de manera fluida y sin resistencia la ética y la estética.

En los últimos años enfrentó una enfermedad agresiva y degradante con valor y aplomo. Despidió a su Fernando meses atrás, organizó sus asuntos y murió hace algunos días tal como había vivido; en sus términos y a su manera. 

La sobreviven mujeres poderosas y bellas que aprendieron a su lado.  In memoriam, Mercelena Gross de Arriola.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-londono/

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