La coronita que les pesó más que la conciencia

Lo ocurrido con la Señorita Antioquia al Concurso Nacional de la Belleza 2025, no es un simple episodio farandulero, es un espejo que refleja, con brutal claridad, el tamaño de nuestra hipocresía como país. Laura Gallego, es una mujer que se ha atevido a vivir la vida pensando distinto, expresando abiertamente su opinión política y teniendo criterio. Luego de sufrir cuanto ataque en redes sociales, propiciados hasta por el Presidente de la República, los cuales sòlo buscaban anularla, decidió renunciar al título de señorita Antioquia, lo cual dice mucho más de nosotros que de ella. Es inadmisible que en pleno siglo XXI, los reinados sigan siendo espacios donde se cercena el derecho a la libre expresión, donde se domestica la voz femenina para encajar en un molde de “neutralidad” y complacencia que solo beneficia al statu quo.

Qué ironía tan grotesca: a una reina se le exige más prudencia, más recato, más “corrección” que al propio Presidente de la República, quien desde la plaza pública agita la bandera de la muerte, divide al país entre “buenos” y “malos” y grita consignas que incendian la nación, como el famoso: “guerra o muerte”. Mientras a él se le aplaude el verbo incendiario, a ella se le crucifica por pensar, por atreverse a decir algo que no encaja con el libreto impuesto, pero que en el fondo es lo que representa a un gran número de colombianos.

Lo que ha hecho Laura no es una renuncia cualquiera: es un acto de rebeldía, de emancipación, de dignidad. Es una bofetada simbólica a un sistema que pretende seguir usando a las mujeres como trofeos de vitrina, adornos de protocolo, piezas de exhibición que deben sonreír sin cuestionar. Ella ha decidido no prestarse para eso, y en su gesto se resume una lucha de siglos: la de tantas mujeres que entendieron que la belleza no debe ser una mordaza, ni el silencio una virtud. Si las opiniones políticas determinantes y con carácter vinieran de un hombre, el reproche social no sería tan grave, pero como es una mujer, salen todos cual ave de rapiña a aprovechar la polémica para hacerse notar, pero todo eso acabando con la dignidad de una mujer que solo se atrevió a expresarse.

Nos costó décadas conquistar el derecho al voto, a la educación, a ocupar espacios públicos. Pero hoy queda claro que esas conquistas no fueron absolutas: seguimos sin poder opinar libremente sin pagar un precio. Seguimos teniendo que “medirnos” para no incomodar, seguimos siendo juzgadas por la forma antes que por el fondo, por el tono antes que por las ideas.

Y lo más indignante: somos un pueblo que aplaude la vulgaridad del poder, pero condena la inteligencia de las mujeres. Nos espanta una opinión, pero no una mentira. Nos ofende un comentario político, pero no la corrupción, la violencia o la indecencia institucionalizada. Esa es la verdadera miseria nacional: la doble moral que nos atraviesa y la misoginia que se disfraza de tradición, de moral, de “buen comportamiento”. Laura, con su renuncia, nos da una lección monumental: el valor no siempre se mide en coronas, sino en convicciones. Y, con su gesto, nos recordó que la verdadera belleza no está en la docilidad, sino en la libertad de decir lo que se piensa, aunque tiemble un país entero.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/ximena-echavarria/

1.7/5 - (8 votos)

Compartir

Te podría interesar