Llevo varios días en la calle proponiéndole a la gente un diálogo alrededor de la política, porque creo que hay que nombrarla para que exista. Muchas personas se han alejado de la política por culpa de “los políticos”. Lo paradójico es que, al renunciar a ella, se la terminan entregando a quienes la corrompen.
He querido entablar un diálogo con muchos desconocidos en la calle, inspirado en la manera en la que nació la filosofía, al menos en Grecia. No en vano la primera obra filosófica, propiamente dicha, está escrita en forma de diálogo. Y aunque no soy propiamente “platónico”, reconozco que me seduce la idea de ir al encuentro con las ideas de otras personas como una manera de ir al encuentro conmigo mismo.
Llevo varios días parándome en cualquier esquina de la ciudad, invitando a las personas al diálogo y a la reflexión. Al principio me dio pena y algo de temor. Uno nunca sabe con certeza qué se va a encontrar en la calle, siento que ni siquiera más de diez años de docencia universitaria, casi ininterrumpidos, me prepararon para esto.
La calle, si uno se la toma en serio, es otra cosa. Me cuesta imaginar un mejor espacio para propiciar un verdadero diálogo. En la calle no hay diploma que valga. La autoridad siempre está en entredicho. Los argumentos son francos y sin ambages. No hay metodología que valga. No hay venias ni servilismos. No hay arrobas ni avatares tras los que ocultarse. La política está latente en la calle, solo hay que mencionarla para que aparezca.
Comencé a interesarme por la política durante la adolescencia, que además es la etapa en la que muchos comenzamos a filosofar sin darnos cuenta. Aunque odié la filosofía en el colegio, porque los profesores me la presentaron envuelta en un traje oscuro y acartonado, que no dejaba ver su belleza, el malestar hormonal del adiós a la infancia me llevó por el camino del existencialismo y a preguntarme por el sentido de la vida y de todo y al mismo tiempo por la nada.
Ese conflicto con uno mismo y con el lugar que uno ocupa en el mundo me arrojó a la política. Por eso la defiendo tanto. Por eso me siento tan implicado cuando pregunto en la calle “¿Qué le cambiarías a la política?” y me responden, la mayoría de veces, “hay que cambiar a los políticos”. ¿A todos?, pregunto yo. “Sí, a todos esos hijueputas” es tal vez la frase que más he escuchado por estos días.
No estoy de acuerdo. Creo que esa generalización nos está haciendo mucho daño. Como ya lo he señalado, está alejando a muchas personas de la política, así como mis profesores del colegio me alejaron de la filosofía (formal), y nos está impidiendo ver que hay buenos liderazgos que han mostrado buenos resultados y que deben ser respaldados, así como nuevos liderazgos que deberían ser promovidos.
Creo en la necesidad, apremiante, de reconocer las virtudes de los demás, así hagan parte de otros partidos y piensen distinto a uno. Creo que es posible el encuentro en la política para reivindicarla, para sacar lo mejor de nosotros como sociedad. No se trata de avanzar al unanimismo, por el contrario, se trata de reconocer que en una democracia lo más saludable son las discrepancias. No creo que la ‘polarización’ sea mala per se, pero sí creo que es inconveniente cuando queda atrapada en la mezquindad.
Por eso insisto en la necesidad de mantener nuestras diferencias, pero también en hacer esfuerzos por encontrar puntos en común. Reconozco que en todos los sectores hay buenos liderazgos. He conocido bastantes ‘políticos’ y puedo asegurar que no es cierto que todos sean iguales. Por ejemplo, reconozco en congresistas como José Daniel López una gran rigurosidad y un gran compromiso por adelantar iniciativas con efectos concretos para la vida de las personas, como la de la licencia parental compartida. José Daniel ha venido dando una lucha importante al interior de su partido, Cambio Radical, por renovarlo.
También congresistas como Juan Fernando Reyes, del Partido Liberal, o Gabriel Santos del Centro Democrático, que han adelantado una labor legislativa con responsabilidad y han promovido iniciativas de gran relevancia para el país.
Ojalá la ciudadanía los reelija y también les den la oportunidad a personas como Catherine Juvinao, del Partido Verde quien, con gran esfuerzo propio, ha logrado construir una veeduría ciudadana sobre la labor del Congreso y ha puesto en evidencia a los vagos y tramposos.
En fin, estas son algunas de las personas con las que también tengo grandes diferencias, pero con las que me gustaría dialogar permanentemente en el Congreso de la República, porque si de algo estoy seguro es que para transformar la manera de hacer política en Colombia se requiere de un gran esfuerzo colectivo. Ese es el reto de nuestra generación: competir honrando al adversario.