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Por: Lucía González Duque

Haciendo un honor a mi existencia, a lo que soy y he tenido la oportunidad de hacer, asumo la responsabilidad como ciudadana, de abogar por el respeto y la valoración de nuestras empresas, que son nuestras porque hacen parte de un capital material pero sobre todo simbólico y social que nos ha hecho ciudad y nación. No sé si la noción de capital simbólico esté clara para todos, y sepan lo que ello significa, pero para simplificarlo, quiero decir, en este caso que, estas empresas paisas han representado un poder, un hacer y un servicio para muchos que han tenido un lugar en la vida de los ciudadanos, y nos han hecho sentir que son parte fundamental de nuestra existencia.    

Empresas como Sura, Bancolombia, Argos y Nutresa han atravesado la vida de un montón de personas, de todos los niveles o estratos, han representado una forma de actuar honestamente, y han sido solidarios con el desarrollo social y cultural del país.  Seguro con dificultades y asuntos por mejorar como pasa con todas las empresas, con todos nosotros.

Crecimos juntos, y la brutal crisis que más unió fue el momento de la explosión del narcotráfico, que convirtió el sueño de riqueza o de abandono de la pobreza de muchos en miles de homicidios, en degradación de la vida, en el incremento del consumo de drogas y en la justicia por mano propia.  Nos enfrentamos juntos, muchos ciudadanos, empresarios, líderes de Ongs, de organizaciones comunitarias, la pastoral social de la iglesia, los maestros y las universidades, para enfrentar y hacernos cargo de encontrar una salida a lo que estaba pasando, y lo logramos, logramos por lo menos apaciguar un poco la guerra. Lideramos juntos el Plan Estratégico para Medellín y el área Metropolitana. De ahí en adelante nos seguimos sentando como pares en muchos lugares, frente a muchos temas. En la diferencia, cada uno desde su lugar. Ese movimiento social, plural, eligió gobernantes honestos y demócratas.

Pero hoy estamos permitiendo que se ferie lo público, y también lo privado, y lo que es más grave, que se siembren odios, odios que están fríamente calculados para desplazar poderes, para suplantarlos, prometiendo salvarnos de los ladrones.

Algo nos está pasando como sociedad.  ¿Estamos más lejos los unos de los otros? ¿Olvidamos la responsabilidad de mantener buenos gobernantes y un aparato burocrático transparente y eficiente? ¿Nos olvidamos de la política? Empezaron a suceder muchas cosas y las callamos. Hoy, tenemos una crisis de ciudad que puede ser el reflejo de esa crisis de ciudadanía.  Es decir, de corresponsabilidad con lo público, con lo que es de todos.

Por ello, frente a tanto silencio, y frente a un puñado de instituciones y personas que están levantando de manera solitaria la voz, asumo la responsabilidad de decir que la destrucción, la destitución material y simbólica del GEA nos afecta porque en esta toma hostil, nos despoja de un ejemplo de “buena empresa”, de entidad y personas que han sido nuestras interlocutoras, el apoyo a muchos proyectos de ciudad, y no como lo quieren hacer creer diciendo sin vergüenza que son empresas que se roban el poder.  Estamos frente a un proyecto criminal que libra una guerra a partir de engaños por las rentas de la ciudad, y es una guerra contra todos nosotros. Contra los bienes públicos que hemos construido por años: la confianza, la colaboración.

Vienen también por EPM, por el Metro, por la Cámara de Comercio, por las entidades de las que pueden sacar provecho económico, y nosotros aquí sentados, viendo la destrucción de lo que nos ha costado tanto, de lo que nos ha hecho sentir orgullosos. Y en el país nacional, los órganos de control y unos medios de comunicación, aliados a este saqueo o mirando para otro lado. Movilicémonos.

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