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Podríamos nombrar con cientos de palabra a la madre. Nos recordaba por estos días el poeta indígena Hugo Jamioy que solo en Colombia hay 65 formas de nombrarla, las 65 lenguas indígenas de este territorio. Pero ¿a qué nos referimos cuando la nombramos?
¿Ayer qué celebramos? ¿A cuál o cuáles madres evocó nuestro corazón?
Medellín acaba de ser hogar y anfitrión de una bella conversación sobre lo vivo, sobre la vida y sobre nuestra relación y vinculo humano con ella. Fueron días de reflexión, fiesta, palabras, música, encuentros, arte, montañas y agua. Días donde conectamos lenguas, continentes, procesos, visiones y cosmovisiones. Y como siempre, nuestras subjetividades observan con unos ojos particulares y absorben o digieren solo algunas palabras, las que mas eco hacen en nuestro corazón, las que mas resuenan con nuestro espíritu o incluso las que más resiste nuestra mente y por ello sobresalen entre las demás. Ante mis ojos las preguntas por la madre tomaron luz entre las demás, fue aquello lo que se hizo grande y por donde sigue divagando mi cabeza y resonando mi corazón.
No es casual, según mi cosmovisión mística de algunos asuntos de la vida, que esta conversación estuviera en medio del día de la tierra y el día colombiano de la madre, y que estuviese presente el agua, los aguaceros, los temblores y los encuentros de las familias.
Sobre la madre empieza sin duda una nueva conversación. Ella, la creadora, la abuela, la fértil, la que da a luz, nos está invitando a volver la mirada sobre su nombre, nos está haciendo guiños cada vez más contundentes para hacer parte central de nuestras conversaciones, pero sobre todo de nuestro movimiento, de nuestras acciones.
Me refiero aquí a todas las madres, pero particularmente a aquella que todo lo vivo tenemos en común. La hemos llamado Tierra, Gaia, Pachamama, planeta azul. Cada nombre tiene un espíritu, lo que se nombra no solo es descriptivo en el sentido del objeto o el sujeto, sino que tiene “animus” y esto es lo que mueve nuestra relación ello.
La nueva visión supone entonces recuperar el alma de la palabra, la comprensión integral de ella. El llamado que encontré estos días es a completar ese entendimiento y que para hacerlo debemos emprender un camino, comprometernos con él, accionarlo, sostenerlo, cuidarlo.
El primer paso de este peregrinaje hacia comprender completamente y poder salvar la madre es: la PAUSA… para que llegue una nueva información habrá que silenciarnos por instantes; contemplar, oler, sentir, observar, respirar, encontrar entre el tiempo, un nuevo espacio. Y ahí… INTEGRAR, como nos invitan nuestros mayores Aruacos y nuestras hermanas guardianas de semillas. Conectar el cuerpo, la mente, el corazón, las manos y el espíritu. Nada nuevo saldrá sin vincular todo lo que somos. Porque cuando todo lo que nos habita esté vivo, entonces podremos darnos cuenta y recordar que todo a nuestro alrededor también lo está.
Llegará ahí entonces el nuevo sentido de la madre, podremos reconocer como hemos olvidado el espíritu viviente de la naturaleza, de la mujer, de lo femenino, de la creación. Empezaremos a comprender que nos hemos desintegrado, que nos hemos entregado a la vida solo con la mitad de lo que somos, que es bello, pero es solo la mitad. El masculino, la proyección, lo lineal, lo mental, eso que también somos, le falta su hermana y por ello no logramos completar visiones ni accionar materialmente con coherencia, integridad y menos regenerar.
Es por eso apenas lógico que un día como ayer, donde celebramos los úteros de los que venimos, sea en nuestro país paradójicamente, el día más violento del año. Estamos desconectados de lo que significa la madre, nos separamos del valor ritual del encuentro con nuestra familia, dejamos de honrar el linaje, a la abuela a la bisabuela. Y si en nuestra humanidad no reconocemos esto, difícilmente llevaremos una visión de cuidado a la gran madre de todos.
Si cambiamos esto que parece pequeño, la visión y el sentir de una palabra, si crecemos su significado, si retomamos sus símbolos, seguro algo se moverá. Mutar una comprensión hace que se mueva nuestro accionar y que usemos nuestras manos para crear un nuevo planeta.
Cambiarán entonces nuestras relaciones humanas, nuestra forma de entender los recursos, nuestra manera de hacer intercambios, la forma como nos alimentamos, resignificaremos nuestros cuerpos cuando los sintamos más vivos, amaremos diferente, nada volverá a verse muerto ni estéril. Sabremos que el tiempo no es lineal, sino cíclico y allí honraremos cada fase de la luna y del sol porque sabremos que somos eso también, que ciclamos, que no todos los días somos iguales y entonces no forzaremos nada. Nos sentiremos, con esta nueva cosmovisión, tan grandes como somos, no más, ni menos. No robaremos aire de otros, ni tomaremos más de lo que necesitamos. Crearemos vida y ritualizaremos la muerte. Llegará la sabiduría, porque como nos recordaba Vandana Shiva, sabremos que la información no basta sin contexto y que no es lo mismo eso que el conocimiento.
Imagino esa nueva era y tengo la certeza de que este día de la madre será otro, que celebraremos distinto en ese tiempo futuro. Que jamás volverá a decirse que es el día más violento, sino el más vivo, imagino cosechas y siembras en esas nuevas celebraciones. Con seguridad no habrá desencuentro de las familias, sino encuentros con nuestro linaje. Seguro será el día de las historias pasadas, de los aprendizajes, de los cuentos de nuestras tribus y las conexiones con el todo.
Puede incluso que nos toque crear para ello una nueva palabra, porque no será nada de lo que hoy comprendemos. O tal vez, tomemos prestada la de nuestros hermanos mayores.