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Lo que aprendemos en las elecciones

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Cada que terminan unas elecciones es inevitable la sensación de que todos, ganadores y perdedores, candidatos y votantes, apáticos, participantes y vociferantes salimos peor de lo que entramos. Peor en el sentido de la experiencia misma y de los aprendizajes que podemos sacar de todo el proceso. Salimos más cansados de la democracia, salimos más desconfiados de los políticos, salimos más sospechosos de nuestros conciudadanos, salimos más convencidos de la certeza absoluta de nuestras propias ideas y la perversidad de las ajenas.

Exagero y generalizo un poco, seguro, pero creo que puede ser la sensación que tenemos muchos al ver como cada elección parece meternos más hondo en el pantano grueso y pegajoso de la intolerancia política y la polarización. Que muchas campañas caen en la tentación y activamente se lanzan de cabeza a ese lodazal, corriendo las líneas -¡todas las que hay!-, todo sea por ganar.

Y las elecciones pasan y los nuevos gobernantes asumen sus cargos, pero queda un sinsabor en la boca de los ciudadanos. Un sinsabor que se ha ido acumulando en los últimos años, que ha dejado de ser agridulce. La frustración con la democracia tiene como protagonista lo que las personas intuyen como falta de efectividad y generalizada corrupción del sistema. En efecto, entre su preocupación por los procedimientos y el pluralismo, nuestras democracias parecen lentas y demasiado negociadas para algunos. Pero también agota esta especie de decadencia de las prácticas electorales.

América Latina y Colombia en particular han tenido que enfrentar altos niveles de apatía desde hace décadas. En nuestro caso, los sospechosos de siempre son el anquilosamiento del Frente Nacional, la violencia política y la extendida pobreza. Pero la apatía también florece en el cansancio acumulado de los ciudadanos agotados por las contiendas políticas llenas de noticias falsas, peleas personales y en muchos casos, simples delitos electorales.

Si la democracia es ante todo un buen procedimiento para designar quién gobierna, que justo el procedimiento de selección pueda ser tan horripilante es un gran problema para nuestro sistema. Según la encuesta de Latinobarómetro, que hace seguimiento a varios indicadores relevantes en la región, el apoyo a la democracia se ha reducido del 60% al 43% de los colombianos en los últimos 25 años.

Insisto, no es solo culpa de cómo algunos se vienen comportando en campaña, la democracia atraviesa una crisis global y regional hace un par de décadas, pero el aumento de prácticas electorales que, ya no contentas con el tradicional repertorio de corrupción, echan mano del engaño, la manipulación y los ataques personales, no está ayudando nada a su popularidad entre la ciudadanía.

De ahí esa visión pesimista del que hablo. Esa idea de que “esta vez, tampoco aprendimos nada”. Ese sinsabor con el que también saldremos de esta campaña, que independiente de los resultados -y la satisfacción que nos puedan producir- son regurgitados de otra convulsa y fea campaña.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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