Fútbol a matar

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Para la Eurocopa, Domestic Violence UK, el servicio de emergencia por violencia doméstica del Reino Unido, lanzó una campaña poderosa. No more injury time explica que cuando Inglaterra pierde en un partido importante, las cifras de violencia doméstica suben un 38%- o por lo menos, los casos reportados. Y más allá de esto, cuando Inglaterra juega, pierda o gane, las mismas cifras suben un 26%.

No dudo que algo similar ocurra en nuestro país. Ramón Jesurún, el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, fue arrestado en Miami luego de la final de la Copa América por comportamientos violentos. A pesar de esto, y de los videos en los que se ve a Jesurún atacando al personal de seguridad del evento, hay todavía quienes dudan si la Federación debería “pedir su renuncia.” Porque despedirlo, jamás.

Una que otra persona expresó su incomodidad frente a los análisis de género en este contexto. Por ejemplo, leí un trino que decía “no necesitamos una explicación sobre la masculinidad violenta después de la Copa América.” Y está bien, a quien le caiga el guante que se lo chante.

Aunque un ejemplo habla de violencia de género y el otro no, ambos comparten que, en últimas, el fútbol en la sociedad es violento.  El fútbol resulta en heridas, ataques, puños, insultos, y, en últimas, dolor.

Después de semejante conducta por parte del presidente de la FCF, que puso el nombre de Colombia en las páginas de varias publicaciones internacionales, el presidente del Deportivo Independiente Medellín firmó una carta de apoyo a Jesurún.

“Dicho actuar… se enmarcó en la connatural salvaguarda del círculo familiar al cual un ser humano se debe en primera y principal medida, antes, por supuesto, del rol de directivo,” dice.

Si algo he aprendido mientras transito por el mundo del feminismo, es que lo personal es político, y lo privado también lo es. Contrario a lo que nos han enseñado, lo que sucede detrás de las puertas de una casa, en la intimidad familiar, sí es político, y sí merece un análisis profundo.

Mis relaciones interpersonales, el lenguaje que utilizo al hablar inclusive con mis seres queridos, las dinámicas de poder que se reflejan en una familia, y la violencia que se normaliza sí nos hacen un llamado a tener una conversación urgente, pendiente desde hace décadas.

El fútbol, que es de las pocas cosas que nos unen como colombianos en un océano de camisetas tricolor, no tiene por qué ser violento. No nos debería dar miedo salir a la calle luego de una derrota, ni deberíamos esperar que haya platos rotos, huecos en las paredes, y miedo luego de un partido.

Y aunque nadie me lo pidió, sí es crucial que alguien por fin lo diga: la manera más clara para entender que el feminismo nos compete a todos es, precisamente, a través de estas calamidades que nos aquejan. Porque la construcción de identidades masculinas, que resuelven con fuerza, no pueden demostrar emotividad, y explotan cuando les plazca, nos afectan tanto a hombres como a mujeres.

Contrario a lo que algunos creen, el análisis de género en el contexto del fútbol es necesario especialmente para los hombres. Es urgente entender por qué son en su mayoría ellos quienes demuestran su pasión a través de la violencia, y las estructuras sociales que lo justifican y lo inculcan. Porque los análisis de género van para ambos lados.

Si alguna vez tengo un hijo quisiera dejarle un mundo en el que parte de su identidad no dependa de qué tan violento es. Quisiera que pudiera disfrutar del deporte en paz, jugando sin riesgo de recibir un golpe malintencionado y pudiendo ver a su equipo abanderado en la tranquilidad, en la cultura del juego limpio. A él, a mi hermano, a posibles sobrinos, a los hijos de mis amigas, y a toda la generación del futuro le debo, como mínimo, eso. Porque deben estar exhaustos, hombres, de sentir que su valor yace en la fuerza de sus puños. Deben estar cansados de ser juzgados al llorar, de aprender que las emociones se tragan hasta que salen en un torbellino de agresividad, del no poder disfrutar su deporte favorito sin el riesgo de ser atacados. Si yo lo estoy, no me puedo imaginar cómo están ustedes.

Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/

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