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Subestimamos el poder de la acción y sobreestimamos el poder de la palabra. Al buscar un objetivo o querer conseguir algo, tendemos a quedarnos atrapados bajo la cómoda barrera de las palabras. O también para hablar de nuestra identidad. Es fácil decir lo que creemos que somos, pero el tipo de persona que decimos ser, muchas veces es muy distinto a quien somos realmente. Las palabras muchas veces funcionan como escudos para justificar lo que queremos hacer y darnos la ilusión de sentir que sí hemos avanzado o de que sí somos así.

Cuando hablo de la sobreestimación del poder de la palabra, no quiero tampoco decir que esta no importa y no significa nada. Yo estoy convencido que la manera en la que hablamos y las palabras que nos decimos a nosotros mismos y le decimos a otros influyen mucho en nuestro interior, moldean la mente y generan un impacto muy grande en los demás. Sin embargo, también pienso que son capaces de generar la ilusión de que se está haciendo algo, o al menos justificar la ausencia de esa acción, lo que nos pone en una situación de tranquilidad y de conciencia tranquila, pero con las manos vacías.

Es que es claro, ¿cómo vamos a lograr algo, si no hacemos nada? La palabra tiene mucho poder, pero en muchas situaciones no está ni cerca de ser suficiente para lograr algo. Hay que actuar. Si no damos ese primer paso, es imposible que las cosas simplemente se den.

Aquí me refiero sobre todo a los cambios o transformaciones que queremos como individuos y como sociedad. Nos llenamos las bocas de palabras. Comentamos en redes sociales. Hasta salimos a protestar. Le gritamos a otros. Palabras. Palabras. Pero una vida que habla y no actúa sobre lo que dice, tiene menos credibilidad.

Decir cualquier cosa es muy fácil. Actuar en correspondencia con esas palabras, eso sí es un reto. Y por eso mismo es que es fundamental ser capaz de elegir lo que decimos.

Por eso creo que la acción es el mejor antídoto contra la pereza, la procrastinación y la comodidad crónica que sufrimos como sociedad. Nada que valga realmente la pena llega sin esfuerzo o intencionalidad. No podemos pretender vivir una vida acorralados por la queja y la insatisfacción que nos causa no vivir o tener lo que queremos, y no hacer nada en consecuencia para tratar de cambiarlo. Ni tampoco encerrada en la burbuja de la ilusión de creernos lo que decimos y con eso limpiar la conciencia, pero para afuera: NADA.

Otros escritos de este autor:
https://noapto.co/esteban-perez/

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