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“Uno viene a reducir con eficiencia la burocracia, o pronto habrá convertido en burócratas enamorados de su sueldo a todos sus amigos que querían cambiar el mundo.” William Ospina.
Despertarse aquí no solo es abrir los ojos cada mañana en este mundo, obsesionado con destruirse a ver quién acumula más dinero y poder en el infierno, sino abrirlos en Colombia, la nación que reta todos los días la idea de nación. Cómo seguir creyendo desde este pedazo de tierra herida en ser una misma gente que intenta vivir mejor junta —cómo más—, si los que dicen liderar ese objetivo no hacen sino profundizar los abismos e incentivar el odio. Desde su podio nos hablan de sueños patriotas, que no son sino sueños personales, y mientras tanto se esfuman y se desangran los días en los que podríamos estar intentando ser una misma gente.
Nunca me ha gustado Petro como gobernante porque nunca me ha gustado como persona. No me inspira confianza y su estilo me perturba. No por aquellas babosadas del castrochavismo ni por un pánico ciego de una derecha rancia y reaccionaria a que se convierta en dictador. Sencillamente, su terquedad me parece peligrosa y su ego me espanta. Por eso, a pesar de compartir ideas como la prioridad de la paz, la protección de todas las formas de vida y de diversas libertades, no voté por él, sino en blanco, aunque prefiriéndolo a su adversario. Y ante un escenario en el que él iba a ser presidente, le di el beneficio de la duda: el día que se posesionó me pareció ver a un hombre cumpliendo un gran sueño, uno que empezó hace décadas de manera equivocada y que ahora sería más grande que él, el sueño de dar un paso hacia una nación mejor a través de la política. Me dije que, ojalá, su inteligencia y lo sagrado de ese sueño, no le permitieran ensuciarlo, lo mantuvieran firme en lo sagrado y flexible en el camino para sostenerlo. Pero le ganó el ego. Le ensució el sueño, la inteligencia, lo sagrado.
Escribió William Ospina que “si el principal propósito de uno es ser presidente, el día en que se posesionó ya ha cumplido su objetivo; pero si su principal propósito es cambiar la realidad o al menos reorientarla, debe tener muy claras las prioridades, porque de lo contrario el afán vanidoso de tener razón siempre, y dedicarse a cumplir los trabajos de Hércules, aunque no mejoren la realidad, le devorará el tiempo que le queda”. La vanidad de tener razón te devoró el tiempo, Petro. Te devoró el sueño que podía habernos probado que se podía mirar a Colombia con otros ojos, que podíamos ser una misma gente.
Todo se siente en reversa en este país. Se suma al miedo profundo del mundo. Un doble miedo que hace difícil la vida, difícil levantarse a continuar. No se puede destruir el bosque que nos permite respirar hoy, que nos lo permitirá mañana, para sembrar uno desde cero y poder decir que fue uno el que lo sembró. Nadie quiere un panorama arrasado. Solo podemos ser una misma gente con un bosque sembrado y cuidado por todos, con raíces antiguas que incluyan todas las heridas que nos hemos hecho y las diferencias abismales que no se pueden borrar.
Parece ser que la única conclusión que nos habrá dejado Petro es que, sin importar la mirada de la vida, el poder enceguece casi con certeza, casi sin excepción. A diferencia mía, había millones de colombianos verdaderamente ilusionados. Cómo defrauda tan profundamente un hombre que cumplía un sueño tan grande. Cómo se defrauda así a sí mismo. Porque después lo verá él, cuando mire hacia atrás y diga lo dejé ir. Como a casi todos los políticos, se lo tragaron las ganas de salirse con la suya y poder decir así era, se los dije, y entonces una derecha aún más rancia, que se ha frotado las manos embaucando con castrochavismos, será la que podrá decir así era, se los dije. Y estará más lejos que nunca el sueño de ser una misma gente que se despierte cada mañana con la ilusión de habitar una nación que sea esperanza en este mundo.
No era su sueño, presidente, era el de un país.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/catalina-franco-r/