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Como bien y de manera simple lo define la RAE, el capitalismo es el “sistema económico basado en la propiedad privada de los medios de producción y en la libertad de mercado”. Como consecuencia, en las sociedades capitalistas, como la nuestra, la economía se pone en el centro de la vida social, y su núcleo, la empresa, la gran empresa o corporación, se erige como la institución por excelencia, y el gran empresario como el modelo personal a emular.
No son entonces ni la política, ni el estado, ni tampoco el gobierno los principales determinadores del porvenir de un país capitalista -aunque por supuesto que influyen-, como sí lo son en los países socialistas o en algunos socialdemócratas.
A priori, sobre el papel, eso no es bueno ni malo en ninguno de los dos modelos. Depende del tipo de empresas y empresarios que se tengan en el primer caso, o de las entidades estatales y los políticos de turno en el segundo. Eso se evalúa en concreto: sobre los hechos y las decisiones de unos y otros.
Se supone que Colombia, además de ser un país capitalista, con “libertad de mercado”, tiene un sistema político democrático, en el que “la soberanía reside en el pueblo, que la ejerce directamente o por medio de representantes” (RAE), y por eso es necesario promover una sociedad que “reconozca y respete como valores esenciales la libertad y la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley” (RAE), y, agrego, ante la vida, con oportunidades reales.
Desde estas definiciones básicas, es sumamente difícil tener una sociedad y un sistema político democrático, que tenga como eje de su engranaje al sistema económico capitalista. Precisa de empresarios con una gran vocación democrática y estos sí que son bien escasos. ¿Cuál es el talante democrático de nuestros (grandes) empresarios?
Empiezo respondiendo con una gran paradoja: Colombia tiene un hipercapitalismo a medias. Hay, por un lado, una reconcentración de la riqueza, de la propiedad privada de los medios de producción, que genera unas desigualdades tan abismales, que atentan contra la estabilidad social y las posibilidades de una democracia efectiva. Por otro lado, y por eso digo a medias, la libertad de mercado, consustancial al capitalismo, es cercenada sistemáticamente por los carteles empresariales, los monopolios, duopolios u oligopolios que operan en nuestro país.
Para comprender en vez de satanizar, y siendo justos, eso pasa en prácticamente todos los países capitalistas: ¿cuántas empresas o empresarios quieren tener competencia? Los primeros enemigos de la libertad de empresa no son los socialistas, son, casi siempre, los mismos capitalistas, no porque sean malas personas o empresarios, sino porque este modelo económico es esencialmente contradictorio. Salvo que haya estrategias muy creativas, la propiedad privada riñe casi siempre con la libertad de mercado. Con este obstáculo ontológico, no es de extrañar, entonces, que capitalismo y democracia sean poco compatibles. La libertad y la igualdad se tropiezan a menudo. La famosa frase de “la economía va bien, pero el país va mal”, sintetiza esta paradoja.
Ahora, más allá de esta contradicción interna del capitalismo, y de la externa con la democracia, hay comportamientos de algunos de nuestros empresarios, especialmente de los más grandes, que dejan mucho que desear sobre su compromiso con la democracia, como ha quedado en evidencia en varios hechos y episodios del país, entre ellos:
- El exceso de carteles empresariales que asfixia y acaba con las pequeñas y medianas empresas.
- La financiación del paramilitarismo y su maquinaria de exterminio y muerte, que no ha sido apenas por la Chiquita Brands y otras bananeras, sino también por empresas de todos los sectores y tamaños. El capítulo del paraempresarismo no se puede negar, a pesar de la sistemática censura a su publicación.
- Aunque suene extraño, algunas empresas también han financiado convenientemente a las guerrillas despiadadas y sanguinarias que han operado en nuestro país. Es más, hay unas pocas que han financiado a ambas, por beneficio propio. ¡Cuánta mezquindad!
- El contubernio de otras tantas con el paramilitarismo. No fue apenas Argos en los Montes de María. Hay centenares de casos sin investigar y otros tantos sin fallar.
- El exceso de lobby en el estado en general, y en el legislativo en particular, para hacer las leyes a su medida. En las leyes de este país el sector privado ha tenido de lejos más injerencia que los mismos congresistas y políticos.
- La complacencia de parte del sector empresarial con el paramilitarismo, que, como sabemos, casi todo ha sido narcoparamilitarismo, lo cual subrayo, porque el apoyo directo o “moral” que se les dio fue tanto o más por motivos económicos, que por cuestiones políticas o de seguridad, descuidando los perversos efectos a largo plazo de esta anuencia.
- La aquiescencia con el narcotráfico en general, incluyendo ahora el terrible flagelo del turismo narco sexual, en tanto casos con menores de edad, porque mueve la economía, no importa sus devastadores efectos sobre el tejido social.
Como si todo lo anterior y mucho más fuera poco, ahora algunos empresarios, como el señor Manuel Santiago Mejía, mecenas de políticos no tan santos, están promoviendo y patrocinando directa o indirectamente la bukelización del país, porque, si son de derecha, las dictaduras no les parecen malas.
Y como Mejía hay muchos otros que no van a reconocer nunca que ellos, si bien han sido solución a muchos problemas del país, también han sido arte, parte y causa de muchos de ellos, incluyendo nuestro conflicto armado. Su soberbia e incapacidad de reflexión y autocrítica los lleva a creer que los problemas estructurales de este país se solucionan es con plomo, porque en este paraíso terrenal que ellos han construido, no tendría por qué existir delincuencia, dadas las buenas condiciones objetivas que tiene la mayoría de la población. ¡Cómo no!
Por fortuna, no todos ni en todo son iguales. Hay empresarios que en general o en asuntos puntuales, han asumido el reto de hacer compatible el capitalismo con la democracia. El caso de los Santo Domingo con el periódico El Espectador es un digno ejemplo de que se puede ser empresario y demócrata a la vez, o hasta banquero y anarquista como en el maravilloso cuento de Pessoa. Pero son menos las excepciones que la regla. Para la muestra, la otra cara de la moneda, los Gilinski con Semana, ¡una vergüenza para la el periodismos y para la democracia!
Más que empresarios, nosotros tenemos es negociantes, rentistas y especuladores. Los auténticos empresarios invierten, arriesgan y se comprometen con la titánica tarea de hacer compatible el capitalismo con la democracia, que no es otra cosa en la práctica que generar valor público, para ellos y para todos sus grupos de interés, como rezan los postulados del tan cacareado como paradójico capitalismo consciente. En un contexto capitalista, las mejores sociedades son las que tienen las mejores empresas y los mejores empresarios. Colombia no es el caso.
Otros escritos de este autor: https://noapto.co/pablo-munera/