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Un sangriento Nobel de paz

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Hace algunos días el presidente Gustavo Petro celebraba en redes sociales la supuesta nominación que un diputado Europeo habría hecho para que se le otorgara el premio Nobel de Paz. Más allá de la cuestionable veracidad de la noticia, lo cierto es que Petro ha emprendido una cruzada internacional para posicionarse como líder global, opinando permanentemente acerca de la crisis de Gaza o la guerra en Ucrania, y monologando un manido discurso sobre el cambio climático que no deja de recibir aplausos en algunos incautos que todavía creen que Colombia, un país que aporta menos del 1% de los gases de efecto invernadero, debe renunciar a su riqueza petrolera aun cuando China, Estados Unidos y las potencias occidentales siguen quemando combustibles como si no hubiera un mañana.

Y es que mientras Petro pregona la paz mundial y delira con “expandir el virus de la vida en la galaxia”, Colombia, el país que debería dirigir, literalmente arde. Según cifras de INDEPAZ, con corte al 06 de febrero de 2024, desde la posesión de Gustavo Petro el 7 de agosto de 2022, se han perpetrado 133 masacres, dando por resultado el asesinato de 438 personas, muchas de ellas líderes sociales y menores de edad. Si algo así hubiera ocurrido en el gobierno anterior, tendríamos el país en llamas, pero con Petro cesaron los contadores de masacres que aparecían cada semana, o los hashtags de las celebridades criollas que apoyaron su campaña desde sus cómodas casas al norte de Bogotá o en Miami. El secuestro ha aumentado en un 80%. El hurto, los homicidios selectivos y la extorsión también van en aumento.

Con un panorama tan sangriento como desolador, es claro que el eslogan efectista de la “Paz Total” del presidente Petro no es otra cosa que la legitimación política y la claudicación del Estado de Derecho ante grupos de Crimen Organizado, con los cuales se pactó el cese al fuego y otro tipo de prebendas para que, tal como lo confesó el mismo hermano del presidente, el narcotráfico y la criminalidad aseguraran la victoria del Pacto Histórico en la urnas en el 2023. Conocido mejor como el “Pacto de la Picota”, esta alianza delincuencial ha consistido en una parálisis de las Fuerzas Militares mientras los distintos grupos al margen de la ley expanden su territorio, desplazan poblaciones, imponen toques de queda o instrumentalizan comunidades. Estos mismos grupos, sin duda, serán también los que garanticen la continuidad en el poder del proyecto político de Petro en el 2026.

Dado el pasmoso fracaso que ha vivido su gobierno, salpicado además por escándalos de corrupción, financiación ilegal de la campaña, burocracia desmedida y decrecimiento de la economía, Gustavo Petro ha recurrido a la invocación de un supuesto “Golpe de Estado” que intentaría apartarlo del poder. Su retórica incendiaria, antes que buscar acuerdos y tejer puentes, está llamando a la sociedad civil a las calles para “defender” su mandato, el cual, según su propia fantasía delirante, se encuentra amenazado. Esta milicianización del país, aupada desde el solio presidencial y haciendo uso de la maquinaría mediática del Estado, busca que las principales ciudades de Colombia vuelvan a padecer la violencia y el frenesí de destrucción acontecido durante el “estallido social”, pues Gustavo Petro es un profeta del caos, y está claro que quiere reinar sobre escombros y ceniza. Por todo lo anterior, lejos de la comodidad europea, miles de colombianos que presenciamos en directo el desmoronamiento del país, nos preguntamos: ¿Cómo puede ser candidato a un Nobel de Paz un hombre que sólo sabe vivir y sostenerse en la violencia?

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julian-vasquez/

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