Mi anterior columna en este medio, publicada hace quince días, la titulé ¿Hay esperanza en este centro? Mi respuesta hoy es un no rotundo. Las salidas de tono y las malas jugadas entre los precandidatos son tantas, que ni la tensión del momento ni ninguna otra razón las justifica.
Con este pesimismo de la razón, pero con el optimismo del corazón, me concedo el derecho de pegar un último grito de y a la “Esperanza”. La probabilidad de que sea escuchado es muy baja, pero me aferro a dos convicciones que me dan un aire adicional: 1. La decencia y capacidad, el talante y el talento de sus principales candidatos; y 2. La ilusión de que en un eventual gobierno de uno de ellos se logrará matizar paulatina pero notablemente la polarización, que, no me canso de repetirlo, en estos momentos es un mal igual o mayor que la corrupción, porque la primera se ha convertido en una cortina de humo para la segunda.
Para los escépticos sobre este tema, imagínense la férrea oposición y la poca gobernabilidad que tendría un gobierno de izquierda o de derecha y sus efectos negativos en la confianza en nuestras instituciones, que ya es lo suficientemente baja. Marchas 365 x 24. Uno de centro tendría oposición inicial de ambos extremos, pero es posible que se terminen neutralizando entre ellos y con la voluntad y entereza de un Fajardo o un Gaviria también se le puede bajar el tono para ir recuperando la confianza. Vamos por partes.
Fajardo-Gaviria o Gaviria-Fajardo. Llevo varios días deshojando la flor de la coalición, que básicamente se reduce a dos opciones viables: Sergio Fajardo y Alejandro Gaviria. Con todo lo que valoro de Jorge Robledo, no es una opción realista, menos con un partido naciente como Dignidad y sus radicalismos paralizantes. A Galán y Amaya tampoco les veo opciones de ganar este domingo y menos de pasar a una segunda vuelta. Me decanté por Fajardo porque considero que en estos momentos puede ser mejor presidente que Gaviria. Alejandro puede ser mejor candidato y más sólido ideológicamente, pero necesita más tiempo de maduración y recorrer algunas sendas que ya Fajardo transitó.
Ahora, independiente del que gane la consulta entre Fajardo y Gaviria, pienso que el otro debería ser la fórmula vicepresidencial del ganador y toda la coalición, incluyendo a Robledo, debería apoyarlos, so pena de colisionar colectiva e individualmente. Fajardo-Gaviria o Gaviria-Fajardo sería una poderosa fórmula para recuperar la esperanza en la coalición y la confianza en el país.
Sé, por lo que veo y hablo con personas muy cercanas a ambos, que esto es improbable, pero hay que hacerlo posible. Sé también que con esta propuesta podría ganarme el título del ingenuo del año, pero son más ingenuos todos los que creen, incluyendo a Fajardo, Gaviria, Robledo y mis fuentes cercanas a los dos primeros, que sin una coalición fuerte interna y externamente –con aliados decentes de otros partidos– es literalmente imposible pasar a una segunda vuelta y menos llegar a la presidencia.
La coalición tiene que dar ejemplo. Sin excepción todos los precandidatos de esta colectividad hablan de su capacidad de unir, lograr acuerdos y generar confianza, pero en la campaña ha habido incoherencias e inconsistencias notables en este sentido. Entre radicalismos y volteretas burocráticas se les ha diluido el pragmatismo, en el mejor sentido de la palabra.
Si después del domingo no son capaces de bajarse de sus egos, elaborar sus duelos o asumir con humildad una victoria, y deponer sus armas para hacer equipo con el que gane la candidatura, la derrota será estruendosa, todos quedarán quemados y sus electores decepcionados como nunca.
Los votos para la Cámara y el Senado. Para que la coalición tenga más fuerza para la primera vuelta y, si se gana la presidencia, tenga más gobernabilidad, es indispensable que tenga un congreso que no ejerza, a priori, una oposición radical, sin renunciar a su autonomía, que es la garante del equilibrio de poderes en un país que se dice democrático. En ese orden de ideas, si sus convicciones están en esta coalición de centro, voten para el congreso en el mismo sentido.
Si a alguno le sirve mis apuestas, aquí se las comparto. Para la Cámara votaré por Víctor Correa Vélez, número 101 en el tarjetón de la Coalición Centro Esperanza. Ya fue congresista y candidato a la Alcaldía de Medellín. Para el Senado lo haré por Iván Marulanda, número 20 en la Coalición Alianza Verde y Centro Esperanza. Ambos son garantía de decencia, inteligencia y servicio público.
Colofón. La viabilidad del Centro Esperanza depende en buena medida de asumir en serio los principios que firmaron los precandidatos de la coalición. Así que le pedimos a los cinco, sin excepción, unos mínimos de coherencia, decencia y cohesión. Si no lo logran entre ustedes, ¿cómo creer que lo van a hacer con el resto del país? Que la esperanza se nos acabe en las urnas, no con o por ustedes.
Adenda. En estos pocos días es necesario hacer toda la pedagogía electoral posible, para que no se pierdan millones de votos. Si hace cuatro años hubo más de dos millones de votos perdidos, entre nulos y no marcados –que son distintos a los votos en blanco–, con las tarjetas electorales que se estrenan este año podrá ser mayor la confusión, sin contar con lo que se presta para la corrupción en las urnas. En estos días he dado varias charlas en empresas sobre voto consciente y es preocupante la poca claridad que existe sobre la mecánica electoral. ¡Muy preocupante!