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Nunca pensé que la feminidad necesitara rescate. Crecí viendo cómo mi mamá y sus amigas se adueñaban de su propia identidad femenina; cómo mis amigas también se sentían orgullosas de su expresión de género; y, aún así, en el momento en el que se me hizo evidente la desigualdad de género, rechacé cualquiera de esas expresiones en mi propia vida.
Pasé de usar rosado a usar solo negro. Dije que no me gustaban las faldas ni los vestidos aunque me parecieran más cómodos que los pantalones, y dejé de ver mis películas favoritas, que incluían princesas o sirenas, porque sentía que me hacía menos feminista. Sentía que mi feminidad me hacía vulnerable, me hacía presa de la mirada masculina y, sobretodo, me hacía hipócrita.
Hace años me di cuenta de las inconsistencias de mi pensamiento. Me di cuenta de que el ser o no femenina no me hacía menos ni más mujer. No me hacía ni más ni menos feminista. Pero el limitarme a una vida masculinizada, a una vida de prohibiciones, a una vida de culpa mientras predicaba igualdad de género en todas sus formas, sí me hacía hipócrita.
Este año, las mujeres están arrasando con todo. En la industria del entretenimiento Barbie se volvió la película más taquillera de su estudio de producción, y también la película dirigida por una mujer que más dinero ha recaudado en su semana de estreno, superando incluso a Oppenheimer de Christopher Nolan, que se estrenó el mismo día. Karol G, con sus canciones de amor propio, fracasos amorosos y sexualidad femenina, ha superado a Bad Bunny como la artista latina más escuchada en Spotify. Taylor Swift ha vendido cada uno de los asientos en su gira The Eras y el presidente de Ticketmaster aceptó que había suficiente demanda por sus conciertos para 10 veces la cantidad de shows que hay.
En el mundo del deporte, nunca había escuchado hablar tanto de una copa mundial femenina, ni mucho menos del equipo de Colombia. Linda Caicedo hizo historia al participar en tres mundiales en menos de un año, anotando al menos un gol en cada uno. Y tampoco había escuchado a tantos hombres hablar de la necesidad urgente por una liga digna para las futbolistas colombianas.
En el mundo de la política, nunca había escuchado a una candidata al Concejo de Medellín, como lo es Manuela Restrepo, hablar de lactancia, o de la maternidad. He visto cada vez más cómo las conversaciones de tertulias y costureros se llevan a la agenda pública, porque nos hemos dado cuenta, a través del poder de la sororidad, que lo que creemos que nos concierna a unas, termina afectándonos a muchas. Y también vi cómo Jacinda Arden, la exprimera ministra de Nueva Zelanda, dejó su cargo porque, así como lo explicó, decidió poner su salud y paz mental por encima de un puesto.
Hay muchísimos campos en los que he visto que la feminidad se ha rescatado como algo que no sólo es válido, sino también valioso. Y aunque para algunos la feminidad nunca necesitó rescate, para mí sí. Me alegra poder existir en un mundo que cada vez más considera a la feminidad como un atributo y no como un indicio de debilidad.
Me da paz el haber podido reconciliarme con una mujer completa; sin restricciones ni limitaciones sobre cómo debo vestirme, expresarme o maquillarme para darle validez a mi propósito de vida. Y estaré a la expectativa de cómo otras mujeres, las que admiro y las que no, desmienten los prejuicios de la feminidad y nos prueban, una y otra vez, que hay más de una manera de ser mujer, y que todas son igualmente válidas.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/salome-beyer/