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El “pueblo” como rebaño en la retórica de Petro

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El monstruo del totalitarismo adopta muchos rostros. Su retórica falaz puede acudir a Dios, a la pureza de la raza, a la opresión de clase y a otras categorías que justifican su accionar ominoso y criminal. Para el caso colombiano, nuestro dictadorzuelo ha decidido apuntalarse en la idea de “pueblo”, a partir de la cual intenta legitimar e imponer sus reformas espurias y su relato viciado sobre la historia del país. Pero ¿a qué “pueblo” se refiere Petro cuando afirma que es su representante y que de él emana su poder?

Porque es bien sabido que el presidente hace uso de este concepto de una forma bastante selectiva y conveniente. Para Petro, por ejemplo, las enormes multitudes que se han tomado las calles protestando contra su mandato no son “pueblo”. Pero en cambio, sí son “pueblo” la camarilla de funcionarios, contratistas y enajenados que le aplauden como focas cualquier trino o comentario destemplado, erróneo o contradictorio que pronuncie un día u otro, al tenor de su veleidoso estado de ánimo o de la resaca.

Pero intentemos sin embargo una corta hermenéutica sobre la instrumentalización de este concepto por parte del caudillo. El “pueblo” al que se refiere Petro es, en principio, una entidad monolítica y homogénea. Con esta simplificación excesiva intenta agudizar una división entre los colombianos bajo las categorías binarias de «nosotros» contra «ellos». Así pues, el “pueblo” a quien él convoca es el “pueblo puro”, y todo lo demás es la “oligarquía”. Él está del lado de la “vida” y todo lo demás es “muerte”. Él representa la “civilidad”, los otros la “barbarie”. Esta simplificación, además de constituir una fórmula que no requiere mayor discernimiento, cumple también el papel de agitar ciertos núcleos emocionales colectivos, fundamentales para la adhesión populista de la masa a su proyecto.

Al mismo tiempo, su advocación al “pueblo” le permite a Petro excluir y estigmatizar a sectores regionales o sociales adversos a su gobierno. Es el caso, por ejemplo, de lo que viene sucediendo con Antioquia, donde Petro ha encontrado siempre una gran resistencia electoral y ciudadana. En su retórica, Antioquia no debe recibir recursos de la nación para terminar proyectos de infraestructura vitales para nuestro desarrollo y competitividad, como las autopistas 4G, pues sólo saldrían beneficiados los “ricos y privilegiados”, desconociendo con alevosía que tales autopistas permiten, por el contrario, la conectividad de las regiones más apartadas del país con los distintos centros de poder. Y eso sin mencionar que Antioquia representa el segundo PIB más importante del país.

El “pueblo” al que invoca Petro es también un sujeto abstracto sin agencia, sin autonomía. Este “pueblo” no habla, no siente, no actúa más allá de lo que el líder dictamina que debe ser dicho, sentido o ejecutado. Tendríamos que afirmar en este punto que el “pueblo” petrista no es otra cosa que aquello que Nietzsche nombró como “rebaño”, y que en algunos pasajes de su obra aparece también bajo el título de “los superfluos”. El rebaño representa la mediocridad, la conformidad y el dominio del espíritu de la manada. Son una masa pasiva que vive una vida monótona y trivial, carente de libertad, de voluntad creadora. 

Así pues, cuando Petro repite una y otra vez la fórmula ensalmadora del “pueblo” que lo apoya y lo sostiene, lo que encontramos es una falacia discursiva que agrupa a una horda anónima que satisface bajo el mandato del caudillo su profundo deseo de obediencia. En contra de esta masificación simplista, de esta ética de borrego, propongo anteponer la libertad del Ciudadano, aquel que es fin en sí mismo y no simple instrumento al servicio del despotismo, aquel que tiene el coraje de pensar por sí mismo, pensar en el lugar del otro y ser coherente.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/julian-vasquez/

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