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El proceso de paz entre el gobierno colombiano y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) representa un caso paradigmático de negociación con grupos insurgentes en un contexto de conflicto prolongado. Este proceso se enmarca en lo que la literatura ha denominado como «resolución de conflictos asimétricos», donde un actor estatal negocia con un grupo armado no estatal. En la teoría, el proceso se adhiere al modelo de paz positiva propuesto por Johan Galtung, que busca no solo el cese de la violencia directa, sino también abordar las causas estructurales del conflicto que implican análisis sistemáticos que nos permitan encontrar luces y caminos para entender por qué para un joven campesino es más ventajoso armarse contra el estado que aguantar hambre, aunque parezcan obvias las razones.
El destino de la negociación de la paz con este grupo armado pareciera lejos de tener un final fructífero, no solo para un país profundamente violento y desigual que necesita y pide a gritos la terminación del conflicto armado definitivo, sino para todas las comunidades y territorios que hoy padecen el recrudecimiento de la violencia con la presencia de varios actores armados, disidencias, en una disputa por el control territorial, agudizado con un incumplimiento inaceptable del acuerdo de paz firmado en 2016 con las FARC-EP y que a hoy nos deja un saldo de 14 firmantes asesinados en lo corrido del año según cifras del instituto de estudios para el desarrollo y la paz (indepaz).
La paz no solo es un derecho y una aspiración humana; en contextos como el nuestro, toma relevancia la capacidad de hacer la paz, construirla, moldearla, materializarla, es decir, aquí no basta con soñarla y es un imperativo volverla realizable. Con el ELN han fallado tantas cosas que hoy ese quehacer parece más un laberinto sin salida del tira y afloje que una apuesta seria. Esto se refleja en la falta de voluntad política de ambas partes, especialmente del grupo insurgente, que ha utilizado las negociaciones como una estrategia dilatoria para su fortalecimiento militar y absurdas demandas que han llegado a la mesa por su parte, como si por la vía de una mesa de negociación pudiese cambiarse la constitución política.
El ELN cuenta además con una estructura descentralizada, es decir, que es aún más difícil darles homogeneidad a ciertas decisiones. Si bien hay líderes que hoy tienen un interés genuino en la paz, existen facciones que abogan por la continuación de la violencia, inclusive en el marco del cese al fuego, que tantas veces han incumplido y que termina por deslegitimar completamente cualquier intención dentro del diálogo, sembrando una desconfianza y un escepticismo público (mismo con el que escribo hoy). Y que no es para menos, no se puede hacer la paz mientras por debajo se hace la guerra. Son numerosos los factores que inciden en lo que yo llamo una paz fallida entre el Estado Colombiano y el ELN, economías ilegales, narcotráfico, la falta de apoyo internacional sostenido en el tiempo, y un largo etcétera. Sin embargo, el gobierno no ha sabido hacerle frente con entereza y nos ha mantenido en la creación de expectativas sin norte.
Olmedo habló, le contó al país que recibió órdenes de altos funcionarios del Gobierno para contratos de la UNGRD en favor del Ejército de Liberación Nacional (ELN) y aunque quien determina la veracidad de sus palabras y de los hechos es un juez, esto sigue socavando el proceso y poniendo en tela de juicio el aliento del gobierno en la consolidación de una paz estable y duradera. Me niego a aceptar que el peor enemigo del gobierno para la construcción de paz sea el gobierno, pero está difícil pensar de otro modo bajo estas circunstancias.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/sara-jaramillo/