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José Valencia

El cuento de la bici

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Las bicicletas en Colombia están en auge, los almacenes no dan abasto y todo lo relacionado a las bielas se agota en un suspiro. A lo mejor es la fiebre que despierta que el ciclismo sea el único deporte en el que nuestro país es realmente significativo, o que los pedales han rehabilitado más borrachos que Alcohólicos Anónimos, quizás se explica porque ante el taco eterno de nuestras ciudades la cicla sea una alternativa llamativa o porque todos soñamos con ser como Rigo.

El caso es que muchos políticos se han dado cuenta de ello, y en cada campaña posan de amigos de la bici como si fuesen los más activistas. Un pequeño sacrificio que deben hacer para poder usar una Toyota con motor diesel pagada por el Estado los siguientes cuatro años, porque un pedal no vuelven a tocar. 

Nos hablan de urbanismo, de cómo Europa les abrió los ojos, del maravilloso Plan Maestro de la Bicicleta que tiene el Área Metropolitana que aspira a que en el 2030 el 10 % de los viajes se hagan en cicla, y a que haya 440 kilómetros de ciclorrutas en el Valle de Aburrá (220 de esos kilómetros en Medellín). Pero llegan al poder y en el cuatrienio no construyen ni 20 kilómetros, y eso que estamos contando ahí como ciclurrutas la pintura que ponen en el piso sin ninguna otra señalización, que son más irrespetadas que el reglamento del UNO.

No importa lo que pregonen estos políticos abanderados de la bici en campaña, así sean rastas, doctores, verdes y sostenibles, independientes y muy alternativos, el resultado es lamentable: una ciudad con pocas ciclorrutas, desconectadas entre sí, en pésimo estado y constantemente invadidas, y con un sistema de bicicletas públicas cada vez más destartaladas. En Medellín somos obstinados y montamos en bici a pesar de.

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