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Hoy se posesiona el nuevo Congreso de Colombia. Después de una agitada y larga campaña política, en este día comienza a concretarse la tan anhelada espera del cambio. Y hablar de cambio no es hablar solamente de las nuevas caras que ocupará las curules del nuevo congreso -muchas de las cuales representan todo, menos un cambio-, es hablar también de la ilusión que se tiene de un congreso que, con el liderazgo del nuevo gobierno, sea el más reformista de los últimos tiempos. Reforma agraria, reforma política, reforma a la policía, reforma a la salud, reforma a las pensiones y un cambio -sin que sea una reforma propiamente dicha- al enfoque punitivo de las drogas. En todo caso, un congreso que hoy parece prestarse para los nuevos tiempos que vive el país. Tiempos reformistas, tiempos, sin duda, de cambios.
Este congreso sí trae elementos distintos que dan cuenta de ese cambio. Por primera vez, el 29% de sus congresistas son mujeres, superando el techo del 19% al que habían alcanzado en su mejor momento de participación. Dicho esto, 28 nuevas mujeres ocuparán una curul y una representación en este espacio.
Otro hito histórico de este congreso será la participación de las 16 curules que nos dejó el proceso de paz. Estas curules representarán a un país en tránsito del conflicto y serán las voces de quienes han sufrido la guerra en sus más descarnadas formas. Tendrán el reto de proteger la paz y de insertar la visión de sus comunidades en el desarrollo general del país. Tendremos el reto de escucharles y de entenderles como puentes de una Colombia a la que le debemos la vida y la dignidad.
Por supuesto, será un congreso liderado por la izquierda política. Y esto es una novedad para un espacio que se ha habituado a escucharla desde la oposición y no desde la responsabilidad que implica el gobierno. Serán cuatro años para demostrar que tienen la altura y la virtud con la han medido al establecimiento por décadas.
El 20 de julio también pasará un hecho que me llena de emoción. Veremos transitar en los pasillos del Congreso al primer congresista rasta de la historia de Colombia. Un congresista que representa a una Antioquia que reivindica el valor de la libertad, esa libertad consagrada en su himno, desde el espacio más importante de todos: el espacio del ser. La libertad de ser diversos, la libertad de expresarse, de verse, de sentirse sin miedo, con orgullo, con valor y convicción. Un congresista que, con su presencia y sus apuestas, representa a unas nuevas ciudadanías. Aquellas que están preocupadas por la sostenibilidad y la regeneración del planeta, aquellas que ven en la creatividad y cultura una oportunidad para desarrollarse y de cuestionar el mundo que les rodea, unas ciudadanías diversas, coloridas, gozosamente raras. Ciudadanías que se representan así mismas desde una apuesta decidida por la belleza y la sensibilidad.
Este congreso es el reflejo de un país que cambia. Desde las nuevas preocupaciones que conquistan su agenda, hasta la representación de las nuevas ciudadanías en espacios que estaban enquistados en las formas del pasado. Este Congreso seguirá siendo el reflejo de ese país con problemas e imperfecciones, un país decepcionante e indignante. El cambio, a diferencia de la esperanza de muchos, no es una virtud en sí misma. El cambio simplemente es el desplazamiento de nuevas cosas sobre las viejas. Será el nuevo congreso quien nos hará saber si ese desplazamiento nos llevará a mejores puertos o, por el contrario, veremos el abismo que muchos temieron ante el inevitable cambio.