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Para escuchar leyendo: Es verdad, Marta Gómez

Casi siempre rechazo las invitaciones a escuchar o hablar de política, pero ese viernes Samuel Machado tenía una diferente, una para conversar con Juan Daniel Oviedo en Eafit. La oportunidad de volver a una de mis universidades y de conocer a uno de los pocos políticos que admiro. Acepté.

En medio de la conversación con Oviedo, el concejal enseñó una estadística que refleja que más del 40% de los colombianos se identifica con el centro político. Entre los asistentes, en su mayoría jóvenes, hubo cierta sorpresa, incluso una pregunta, ¿El centro existe?

Claro que debió contrariar. En Colombia, hoy por hoy, es difícil decir a ciencia cierta si hay uno o varios centros, si existe una ideología que tenga postulados económicos, sociales, ambientales que puedan agruparse en la mitad del espectro político. Es más, es difícil para muchos aceptar que en el país exista un modelo de nación que no confluye ni en la izquierda ni en la derecha (¿Sabremos siquiera si hay modelos de país en los militantes de izquierda y de derecha?).

Porque es inaceptable en algunas bodegas el comprender que alguien sea lo suficientemente permisivo como para no adherirse a las ideas firmes y anquilosadas de aquellos que añoran la fuerza por sobre la razón. En otras, cuesta trabajo entender que exista gente tan facha que no pueda abrazar la política humana de algún iluminado que trae la verdad absoluta. Repetimos nuestra tragedia nacional.

La ausencia de puntos comunes, de historias compartidas, ha sido el caldo de cultivo para las constantes rivalidades entre clases dirigentes que han resquebrajado al país. Desde la independencia hasta nuestros días, el sistema político colombiano se puede resumir en las confrontaciones de los caudillos y las facciones del momento: centralistas contra federales, liberales contra conservadores, izquierdas contra derechas, Nariño contra Torres, Bolívar contra Santander, Uribe contra Santos, Duque contra Petro. Colombia ha visto pasar sus días entre guerras internas producto de clases dirigentes capaces de enfrentar a un pueblo antes de concertar un modelo de país. Con un progreso que se abrió paso a media marcha por los destellos de liderazgo que se dejaban ver cada tanto por entre la oscuridad del desgobierno.

Debería surgir entonces la propuesta de un centro que represente un modelo más moderado, conciliador entre ideas si se quiere, que logre agrupar, concertar, proponer y gobernar. Pero hoy no hay grupo más dividido que el denominado centro. Más que fundar y fortalecer partidos con vocación de poder e institucionalidad, hemos tenido ejercicios de construcción valiosos que han cosechado transformaciones locales, pero que han sido empañados y absorbidos por toldas de escampadero para quienes buscan aval. O peor aún, de figuras personalistas incapaces de trascender de un nombre propio.

A Colombia le faltan no solamente líderes serios, sino también propuestas serias. Tanto la derecha como la izquierda tienen una deuda histórica con el país para cultivar liderazgos y programas acordes al siglo XXI, porque las amplias mayorías de sus partidos aún no se enteran de la caída de un muro en Berlín.

Pero la mayor deuda es la del Centro, porque no han logrado siquiera consolidar un partido, consolidar una propuesta, consolidar incluso un liderazgo viable para el país.

El sistema democrático colombiano carece de propuestas, y se excede en partidos.

Si los papeles cambiaran, y en una universidad de Medellín me preguntasen si el centro existe, no dudaría en contestarles: Sí, existe, es Colombia con Palacé, en la esquina del Parque Berrío.

¡Ánimo!

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