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Paso la noche sin dormir; mi cuerpo, así como mi cabeza, gira y gira buscando conciliar el sueño y la calma. Debo tener una conversación el próximo día, dar a conocer lo que siento, describir algunos hechos que generaron tensión, dar cuenta por qué tuvieron aquel desenlace, tomar decisiones frente al equipo que lidero y proponer qué hacer para salir de dicha situación.
Otro día, tuve que mirarlo a los ojos, llenos de lágrimas, ambos tuvimos que reconocer las faltas que cometimos; nos hicimos el llamado a conversar luego de varios días de señalamientos, mucho dolor, palabras insultantes y desprecio corporal. Sentados uno frente al otro, nos dispusimos a manifestar aquella herida que continuaba sangrando y que era necesario sanar si queríamos continuar en la relación.
También, en algún momento del año 2022, alguien a quien amo se sintió ofendida por mi postura y visceralidad política, fueron días intensos producto del contexto electoral que afloraron los resentimientos y mandatos de clase, género, violencia y educación política que nos atravesaban a ambas. En muchas ocasiones, nos hablábamos con contundencia sobre nuestros disensos, y aún así lográbamos continuar nuestra relación; sin embargo, ese día, en medio de mucha rabia, dolor e indignación tuvimos que mirarnos a los ojos, reconocer la historia que nos atravesaba y las heridas que generaba nuestro trasegar. Luego de horas de una conversación difícil, recordamos que teníamos la capacidad de hablarnos con sinceridad y seguir caminando juntas. Sólo después de ese día, ella fue capaz de reconocerme como amiga, por lo menos, de nombrarme como tal.
Sin embargo, algunos años atrás, con otro grupo de amigas no tuvimos la valentía para conversar de manera serena y contundente sobre nuestras molestias colectivas. Nuestra época juvenil, ligada a nuestras heridas y carencias de reconocimiento, autoconocimiento y consciencia, logró aturdir más nuestra visión que aquello que comenzamos a construir. Nunca me sentí tan violentada y violenta con la palabra. La única medida fue retirarnos del proceso, jamás volvimos a hablar una con la otra, incluso aunque hayan pasado muchos años. Hoy comprendo que no fuimos capaces de sostener una conversación difícil con nosotras mismas y con las otras, ni siquiera teníamos las herramientas para ello.
Hace algunas semanas quería hablar sobre la potencia de las conversaciones difíciles, aquellas que permiten construir, que afianzan los vínculos y las relaciones. Aquel tejido de palabras hace magia porque nos transforma, nos ayuda a crecer, nos posibilita otros puntos de vista y nos abraza en nuestra humanidad frágil. Quería escribir, porque estas conversaciones son pocas durante la vida, pero la cambian profundamente.
Con el tiempo, he aprendido que estas conversaciones nos van preparando para las otras, cada una nos genera una herramienta distinta para enfrentarnos a aquella que está por venir. Cuando me suceden, me gusta prepararlas, escribir mucho sobre ellas, develar mi deseo, necesidad e intención cuando salga de ellas; hoy, me entrego en cada una, queriendo ser mejor persona cuando la vivo.
Hoy, con mucha nostalgia, también puedo reconocer que la conversación más difícil ha sido conmigo misma al espejo, en esta aún hay las lágrimas, ausencias y desprecios, pero también cada vez hay más abrazo y magia. Ahora que cumpliré 30 años, siento que me he preparado un día a la vez para mirarme con más compasión y amor que hace otros años. Me gusta la conversación difícil que tendré en los próximos días y años con Lu García.
Otros escritos de esta autora: https://noapto.co/luisa-garcia/