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Vivimos tan inmersos en el ruido que ya ni lo notamos. La televisión, la radio, los celulares, la calle, en fin. Vivimos bombardeados de información, tanto que nos genera dependencia. ¿Alguno de ustedes ha intentado huir de Twitter, por ejemplo? Conozco un par de casos de personas que lograron huir de esa inmunda cloaca. Yo no he podido. He durado tal vez uno o dos días sin asomarme, pero luego vuelvo y caigo.

Reniego cada que entro. Dejé de ver noticieros de televisión y no me arrepiento. Pero con Twitter no he podido. A veces me pregunto ¿a quién carajos estarán destruyendo hoy? ¿quién carajos habrá encendido la mecha para llamar la atención y volverse viral? ¿cuál será esa mentira de hoy que busca viralizarse para convertirse en (pos)verdad?

Ruido. Millones de usuarios parloteando cada segundo, de lo que saben y sobre todo de lo que no saben. Es difícil mantener la calma y la tranquilidad en ese espacio. El silencio es un bien de lujo. No lo digo solo por Twitter. Vivimos tan inmersos en el ruido que ya ni lo notamos. Una sociedad en la que el parlanchín es adulado y los que hablan poco son poco valorados. ¿por qué eres tan callado? Me preguntó alguien en estos días con ánimo inquisidor. ¡porque me da la gana! Respondí, mentalmente por supuesto.

Recuerdo que hace unos años, de las primeras cosas que hacía cada que recibía el sueldo, era visitar una tienda de discos. Era esa época antes de que el mp3, la piratería y luego Spotify (y otras plataformas de streaming) transformaran por completo la manera en la que accedemos a la música. Daba una mirada por encima en la sección de novedades, me ponía los auriculares de la tienda y escuchaba por completo un par de recomendados.

Luego de dudar y dudar, me llevaba un par de discos para la casa, para escucharlos detenidamente, tumbado en la cama, mirando al techo. Era uno de esos pequeños placeres que luego se transformó y desapareció. No me di cuenta ni cómo ni cuándo. Ya no tengo discos. Hay gente que los colecciona. Pero ya no son necesarios.

Un día, por esa época, me encontré con la banda sonora de la película colombiana “Los viajes del viento”. Un disco de vallenatos. Vallenatos de los viejos como diríamos los cachacos. Llegué a la casa, me puse los audífonos, me tumbé en la cama y cerré los ojos. Me deleité con cada canción, sobre todo con una: “Caballito”. Primero entra el acordeón, luego la voz y luego la caja. La guacharaca nunca entra.

En principio son solo esos tres sonidos, durante unos tres minutos. Sin embargo, cuando la escuché nuevamente noté otros sonidos y de ellos el que más me gustó fue el del contacto de los dedos con las teclas del acordeón. Tengo la impresión de que solo se puede apreciar de verdad con los ojos cerrados. Cuando pienso en el verbo escuchar, pienso en ese día. Escuchar atentamente para valorar lo percibido por el oído.

Escuchar es algo cada vez más difícil en la era del ruido. Andamos preocupados por hacernos oír. Generamos ruido. Tuiteamos, chateamos, parloteamos, opinamos de lo que no sabemos, opinamos de la vida de los demás, opinamos sobre la relación de pareja entre Shakira y Piqué (¿?), juzgamos, moralizamos, ruido, ruido y más ruido. A veces no se si lo que nos anima es que nos escuchen o hacernos oír. Que vean que hablamos. Que opinamos. Está mal quedarse en silencio. Algo hay que decir. ¿Pero qué digo? No sé, diga cualquier cosa, pero diga algo. ¿por qué no más bien escuchamos?

Hace unas semanas, Bono, el vocalista de U2, dio una entrevista a Brené Brown en la que plantea el asunto más o menos así: “(…) necesitamos escuchar más, es muy difícil para mí porque tengo mucho que decir, pero tenemos que hacerlo… Escuchar profundamente (…) y escucharía a las personas no solo con las que no estás de acuerdo, gente que no te gusta, gente con la que no quieres estar en la habitación (…)

Escuchar, en esta era, puede resultar muy difícil. Escuchar, este año, de elecciones, puede resultar más difícil aún. ¿Los candidatos están dispuestos a escuchar? ¿están dispuestos a escuchar a esa “gente con la que no quieres estar en la habitación”? ¿Quiénes hacemos parte de la ciudadanía, estamos dispuestos a escuchar? ¿A escucharnos? El paradigma de la democracia occidental está en crisis precisamente porque nos importa más que nos oigan; no estoy muy seguro de que nos importe que nos escuchen, ni mucho menos escuchar.

Escuchar profundamente implica un esfuerzo. Así como al cerrar los ojos se pueden escuchar aquellos sonidos ocultos tras capas y capas de acordes en una canción, escuchar en democracia implica el esfuerzo de bajarse del pedestal, de postergar el afán por hacerse notar, por llamar la atención, por figurar, por imponerse, por ganar. Nos merecemos un tiempo de escucha y de reflexión.

Bogotá y Medellín, mis dos ciudades se enfrentan a ese desafío. Medellín tiene el reto de dar respuesta DE FONDO a esa crisis que llevó al nefasto Quintero a la Alcaldía. ¿A quiénes estamos dispuestos a escuchar? Bogotá tiene el reto de enfrentarse por primera vez a un escenario de segunda vuelta y todo parece indicar que, como cualquier segunda vuelta, será una contienda aún más polarizante. ¿A quiénes estamos dispuestos a escuchar?

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/miguel-silva/

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