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El 73% de los habitantes de Medellín se sienten orgullosos de la ciudad. Es un porcentaje alto, sobre todo, si se compara con otras ciudades colombianas, pero también es el porcentaje más bajo de orgullo desde que el programa Medellín Como Vamos empezó a hacer la pregunta en 2006. El orgullo es un sentimiento complejo para los paisas. Culturalmente, se ha asociado al regionalismo que caracteriza al ethos antioqueño, y al tiempo, a cierta resistencia en las personas de ciudades como Medellín de reconocer o señalar sus problemas. El hecho de que incluso sus alcaldes más impopulares sigan siendo “populares” si se comparan con los de otras ciudades, es solo un ejemplo de este efecto.

Pero este “orgullo paisa” o regionalismo que podemos asociar a ciertos rasgos inconvenientes de la cultura de los medellinenses no es, ni mucho menos, lo único que podemos comprender a la luz de nuestro orgullo cívico.

El orgullo también está conectado a elementos como la confianza interpersonal e institucional, el apoyo a políticas y decisiones públicas y el cumplimiento de normas y acuerdos. El orgullo que reportan las personas en la ciudad es una buena medición de lo dispuestas que estarían a asumir algunos costos y riesgos que implica vivir en una ciudad. Es una muestra del capital de movilización y apoyo social con el que contamos para vivir juntos. Los orgullosos están más dispuestos a pagar impuestos, a cumplir las leyes, a resolver problemas de forma pacífica y a confiar en otros. En efecto, es mucho más que pura indicación de regionalismo y ceguera.

Pero viene bajando.

Su reducción es preocupante por lo novedosa, pero también porque, aunque puede haberse acelerado por las dificultades de este último gobierno municipal, hay muchas pistas de que otras causas se suman al descuido actual. Por un lado, los cambios demográficos de los últimos años. Cambios migratorios, pero también el flujo generacional. La idea del orgullo por la ciudad puede parecer innecesaria, desconectada e incluso reaccionaria. Los jóvenes, en general, suelen sentirse menos orgullosos que las personas mayores.

Por otro lado, hay muchos ciudadanos que pueden tener motivos razonables para no sentirse orgullosos y al tiempo, cuestionar a quienes lo hacen. En otra medición que pregunta por orgullo, la Encuesta de Cultura Ciudadana de Medellín, las respuestas varían sustancialmente según los ingresos de los encuestados. Efectivamente, hay deudas importantes en la ciudad que en ocasiones parecen ser frustrantemente resistentes en las intervenciones públicas. Es difícil pedirle orgullo a alguien que considera que la ciudad le ha incumplido con sus derechos básicos o con la distribución de oportunidades y beneficios económicos. En este sentido, la desigualdad socava -razonablemente- al orgullo.

¿Qué podemos hacer entonces? Y ¿qué podemos pedirles a los nuevos gobernantes locales que hagan?

Tenemos que hacerlo mejor. Mejor en la manera cómo contamos la historia colectiva y mejor en la forma como resolvemos problemas públicos, sobre todo asociados a la desigualdad. Porque, aunque hay rasgos culturales en el orgullo de los medellinenses, también hay elementos objetivos. Mejor dicho, la gente tiene una prima de orgullo por considerarse parte de esta ciudad, pero espera que esa creencia se refuerce con realidades. Tenemos entonces que aprovechar el potencial movilizador del orgullo como lazo que nos conecta a la ciudad y sus promesas colectivas y al tiempo, asumir las responsabilidades de lograr que todos tengamos muchas razones para sentirnos orgullosos de Medellín y de nuestros conciudadanos.

Esto exige mensajes públicos que hagan de la identidad compartida una narración más inclusiva, acompañados de acciones valientes respecto a las disonancias de oportunidades y goce derechos de las poblaciones de la ciudad. Si el orgullo es un elemento tan central en el bienestar que podemos gozar en la ciudad, subjetivo en tanto nos hace sentir parte de algo, y objetivo porque es una expresión de que estamos viviendo bien, debería inscribirse en las prioridades públicas, como un enfoque, una preocupación central en la forma como tomamos decisiones y hacemos las cosas en Medellín.

Y ojalá, con esas dos convicciones, detener y revertir esa tendencia peligrosa de dejar de sentirse orgullosos de Medellín.

Otros escritos de este autor: https://noapto.co/santiago-silva/

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